IMAGINACIÓN RADICAL
Niños triturando billetes
Mientras llega la próxima pandemia, agachémonos, entremos en la esfera infantil. Juguemos con sus amigos invisibles. Y olvidémonos de para qué servían las cosas, porque ahora las reglas han cambiado
Bernardo Gutiérrez 10/12/2021
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Después de la crisis de 2008, un grupo de niños encontró un fajo de billetes en Atenas. El relato, tal vez levemente mitificado, explica que aquellos niños comenzaron a jugar con el dinero. Alteraron el uso estipulado para aquellos billetes y los hicieron pedazos. El papel timbrado se convirtió después de ser triturado en un juguete profano. Y en una venganza simbólica del país más duramente vapuleado por los mercados financieros.
Hace unas semanas saltaron las alertas ante la posibilidad de que se cortara el suministro de juguetes nuevos para Navidad. El mundo infantil estaba en riesgo, decían los medios. El capitalismo es todo un estado mental. Intenta cortar la imaginación, borrar la memoria colectiva y eliminar cualquier posibilidad de vida no mercantilizada. Los niños de las fotografías de Agustí Centelles durante la Guerra Civil española jugaban en las brechas de las ciudades, sobre las ruinas. Para qué acordarse de ello, claro. Empuñaban palos, daban nuevos usos a las piedras y se ponían plumas en la cabeza como si fueran una tribu indígena inconquistable. ¿De verdad sería preocupante el suministro de juguetes nuevos?. Si este parón nos deja sin parte de los bienes producidos por el capitalismo, ¿no será que llegó el momento de hacer el indio?
Contra-espacios
Michael Foucault, en El cuerpo utópico: las heterotopías, destaca la fabulosa habilidad de los niños para crear contra-espacios. Son una especie de utopías localizadas en espacios ordinarios. El jardín, el granero o la cama de los padres pueden ser contra-espacios: “En esa gran cama, el niño descubre el océano, puesto que allí uno nada entre las manta; y además, esa gran cama es también el cielo, dado que es posible saltar sobre sus resortes; es el bosque, pues allí uno se esconde; es la noche, dado que uno se convierte en fantasma entre las sábanas”. Esos contra-espacios, argumenta el filósofo, en el fondo, son una invención de los adultos. Los papás y mamás susurran a sus hijos los secretos y posibilidades de esos espacios maravillosos y luego se sorprenden cuando los niños se los gritan al oído. Sin que nadie sepa muy bien por qué, la cama vuelve a ser una cama. Y el mundo, un espacio previsible que funciona a golpe de billetes.
En el cuento Silvia de Julio Cortázar, cuatro niños juegan con una amiga invisible para los adultos. Hasta que uno de los papás se sienta con ellos. Y ve a Silvia. Distingue los detalles de su ropa, su rostro, sus movimientos. Una niña le dice que los otros adultos no la ven, porque no creen, porque “son tontos”. Allí a ras de juego, en la esfera infantil, el mundo es otro. Gracias a Silvia, las cosas pueden llegar a tener otros usos, funciones, poderes. Si los juguetes nuevos no llegan, los palos se transformarán en cohete espaciales, los garbanzos en pelotas y las chapas en jugadores de equipos de fútbol.
La artista turca Zeyno Pekünlü me explicó que, durante la ocupación del parque Gezi de Estambul de 2013, muchos objetos adoptaron nuevas funciones. Los limones, el vinagre y las gafas de natación se usaban contra el gas lacrimógeno de la policía. Las persianas eran escudos. Las mesas se utilizaban como escenario. Las botellas de plástico eran ceniceros portátiles en los árboles. En aquella acampada máscaras, cables, tambores, carpas, extintores, latas y señales de tráfico, entre otras cosas, funcionaban como objetos resignificados. Configuraban una nueva esfera sensible que facilitaba un nuevo entramado de relaciones sociales. Solo siete años después, la artista comenzó a ver de nuevo un limón como un simple limón. Y creo que se arrepiente.
Niños al poder
Si no llegan juguetes nuevos, deberíamos entregarles a nuestros hijos pequeños el control del mundo. Que alteren la función de los objetos y las cosas a su antojo. Podemos asomarmos a la formidable plataforma Nolotiro.org y colocar en sus manos el nuevo tesoro: cosas que la gente dona porque cree que ya no las necesitan. Que jueguen, que nos enseñen cómo funciona todo. Que sean nuestros guías, como en el proyecto la Rebelião das crianças, del colectivo brasileño Contra Filé, en el que los niños marcan el ritmo. Recorren la ciudad con prismáticos, colocan cuerdas entre objetos, transforman rincones de la periferia en parques de juego. Que conviertan toda la ciudad, todo el mundo, en un contra-espacio, como aquellos puentes y viaductos para coches de São Paulo transformados por Basurama en gigantes columpiómetros. Cuerdas, madera, neumáticos, juego-acción, contra-mundo.
Mientras llega la próxima pandemia, agachémonos, entremos en la esfera infantil. Juguemos con sus amigos invisibles. Y olvidémonos de para qué servían las cosas, porque ahora las reglas han cambiado. Cuando veamos a otra persona adulta que nos mira con un mínimo de complicidad, invitémosla al nuevo orden mundial que nace en nuestro playground secreto. Si todavía duda en participar y sigue sujetando el paraguas como si sirviera para taparse de la lluvia, dale argumentos emocionantes para volver a ser un niño. Que la vida parezca emocionante. Que todo vuelva a parecer posible. Que triturar billetes sea más excitante que gastarlos, como ya mostraron los Yippies, entrando en la Bolsa de Nueva York en 1967, donde quemaron muchos billetes derrochando alegría. Seduce a los adultos-casi-niños como uno de los protagonistas de la novela Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez cuando invita a otro a un mundo oculto en el que no sirve la lógica: “Vas a tener que desobedecerlos si querés seguirme. Hay algo detrás de la puerta y te necesito”.
Después de la crisis de 2008, un grupo de niños encontró un fajo de billetes en Atenas. El relato, tal vez levemente mitificado, explica que
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Bernardo Gutiérrez
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