MEMORIAS DE UN GESTOR CULTURAL, 1987-2004 (Y VIII)
Madrid Puerto Aéreo (2003-2004)
El deseo de pasear y pensar juntos Madrid fue el punto de partida de esta iniciativa cultural
Carlos Alberdi 17/07/2022
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Madrid Puerto Aéreo fue una iniciativa que, en tiempos de La Casa Encendida, convertí en una página web desde la que convocaba a los amigos a acciones concretas, siempre en el ámbito más o menos cultural. Solía consistir en paseos o visitas a través de las que trataba de articular mis ideas sobre un Madrid marcado por Barajas y su estatuto de puerto aéreo.
En algún libro de geografía me tuve que enfrentar a la realidad de vivir en una ciudad sin puerto. Aquel libro condenaba a la segunda división de las ciudades a todas aquellas que no tuvieran un puerto, marítimo o fluvial, por el que comunicarse. Esa idea se cruzó con la revelación de que Madrid creó su puerto con la llegada de la aviación y de que Barajas, inaugurado el 30 de abril de 1931, era el puerto aéreo que convertía, por fin, a Madrid en una ciudad tan comunicada como cualquier otra. Lo mismo que dijo Pascual Maragall cuando señaló que Barajas era una de las cosas de España que se veían desde el satélite.
Lo curioso, quizá lo contradictorio, es que mis convocatorias de esa pequeña comunidad aérea tuvieran más relación con cosas antiguas de lo que hubiera parecido razonable. Quizá por la conexión a ese dicho clásico “de Madrid al Cielo”, por el vicio historicista que padezco o porque, para contemporáneo, tenía todos los días mi buena ración con las actividades de La Casa.
El primer paseo fue a Las Meninas. Allí está atrapado, por primera vez y para siempre, el aire de Madrid y no podría hablarse de refundación aérea de la ciudad sin ir a observar ese aire y solicitarle el permiso y la protección. Al tiempo, para explicar que el cuadro se basa en la creencia de un ojo “perfecto”, el del monarca, en el que sólo creyó Velázquez, en el que Velázquez creyó mejor que nadie, o bajo el que tuvo que protegerse Velázquez para expresar lo que quería. Y que dejó para todos nosotros el aire de Madrid, tal como lo vio el rey, mágicamente encerrado en un lienzo. Eso es lo que intenté explicar a mis amigos aquella primera tarde.
La segunda nos llevó al retrato de Juan Bautista de Muguiro y La lechera. Sobre todo a Muguiro. El cuadro del exiliado a través de cuyo hilo se entiende el Goya maduro. Con Muguiro por testigo expliqué lo que los especialistas ya saben, pero que no se suele difundir: que la hipótesis más razonable para La lechera es la que propuso Wilson-Bareau a finales de los noventa y que explica el cuadro como un trabajo de aprendizaje de Goya y su hija, quién sabe si biológica, Rosario Weiss.
El primer paseo fue a Las Meninas. Allí está atrapado, por primera vez y para siempre, el aire de Madrid
También les conté que Goya se emparejó a los sesenta y tantos años con una mujer casada y cuarenta años más joven. Que con ella y por ella se fue a Burdeos. Que no le pudo legar apenas nada por la presión del hijo, heredero universal, y que Muguiro salió al cruce cuando hubo que ayudar a la viuda, que no podía serlo porque todavía estaba casada. Además me metí en el berenjenal de enjaretar una hipótesis sobre la familia Muguiro que, convertida al alfonsinismo durante la Restauración y emparentada con los Beruete, que dominaban entonces la escena artística, blanquea a su abuelo, exaltado y liberal progresista, adosándole una lechera tierna, a partir de la cual la sociedad biempensante construye un último Goya esperanzado, para oscurecer el exilio bordelés y el emparejamiento ilegal con una mujer de ideas radicales.
En esa salita del Prado, en la que conviven Muguiro y La lechera, está el Madrid de la Guerra de la Independencia, en el que Goya se vincula a Leocadia Zorrilla; está el trienio liberal, en el que ella se significa políticamente; está el exilio como fenómeno contemporáneo en el que se leen cartas como la que sostiene Muguiro en sus manos; está la restauración alfonsina, en la que los Muguiro se ennoblecen y llegan a emparentar con la familia real; están los condes de Muguiro, que donaron los cuadros al Prado, convirtiendo un acto de mecenazgo en un trueque de prendas ideológicas, y están los años cuarenta, cuando finalmente ambas piezas, de la mano del conde de Casal, casado con una Muguiro Beruete, se depositan en el Prado.
Puestos a estirar, hasta Mendizábal aparece. Muguiro fue vicepresidente de las Cortes de 1837 y amigo político del desamortizador. Muy diversos aires madrileños. Aires de libertad y aires de exilio, entreverados en una historia que una capital contemporánea no puede permitir que quede como está. Por eso Madrid Puerto Aéreo se proponía que corriera el aire. No habrá un Madrid aéreo sin un Goya bien contado, y eso exige reconocer la parte de autoría de Rosario, apellídese Goya o Weiss, en La lechera.
La tercera visita se organizó para homenajear a Santiago Ramón y Cajal y para tocar un misterio madrileño de larga data. Por qué el Retiro se cierra en su fachada sur, sin aprovechar sus vistas sobre la llanura. Marchamos todos a esa zona acotada, que cierra los días de fiesta, y visitamos el antiguo Instituto Cajal, el que construyó la República y hoy es escuela de ingenieros de obras públicas. Se puede acceder desde Alfonso XII, por la entrada de Moyano, o desde Reina Cristina, entrando por una puerta estrecha y subiendo una escalera de fuerte pendiente. No hace falta entrar. Basta con colocarse en sus escalinatas mirando hacia el sur para entender que esta colina, el antiguo cerrillo de San Blas en el que también está el Observatorio Astronómico, es un lugar clave para los aires de Madrid. El hecho de que su acceso sea dificultoso entre semana e imposible los días de fiesta, marca una manera madrileña de hacer las cosas mal.
Estábamos entonces, cuando hicimos la visita de Madrid Puerto Aéreo, preparando en La Casa Encendida la exposición de los dibujos de Cajal que nadie había hecho hasta la fecha. Estaba, por tanto, comprendiendo lo injusto que Madrid ha sido con su mejor científico y con una colección de dibujos que tuvieron que esperar sesenta años a ser expuestos profesionalmente. Madrid tiene que aprender a mirar al sur desde esta colina del Retiro igual que mira al Norte desde la colina del viento, donde Juan Ramón plantó los chopos y donde se instaló la Residencia de Estudiantes. Una ciudad no puede negarse puntos cardinales.
Madrid tiene que aprender a mirar al sur desde esta colina del Retiro igual que mira al Norte desde la colina del viento
A la cuarta visita nos llevó Lorenzo Martín del Burgo, con su descubrimiento de que la hilandera que enseña la pantorrilla, en el cuadro de Velázquez, es Penélope. Fuimos un domingo de lluvia por la mañana, para recordarnos que en el Museo del Prado hay que hacer la cola a la intemperie y con paraguas. Lorenzo había visto en el palacio Pitti de Florencia una composición calcada a Las hilanderas y titulada Penélope tejiendo. No había necesitado más para entender que uno de los misterios velazqueños quedaba resuelto al entroncarse en una tradición iconográfica de la que luego descubrió más hitos. Como en otros asuntos en los que el carácter aéreo de Madrid está secuestrado, el librito de Lorenzo, con su hipótesis razonable, no tuvo ningún eco ni comentario. Madrid Puerto Aéreo con su visita, sin embargo, aclaró la ciudad a la que aspiramos. Los cuadros de Velázquez, tan misteriosos, ocultos en Palacio hasta que la revolución liberal los expuso, tienen que ser de nuevo reapropiados para sostener con su aire la ciudad que queremos vivir. Penélope simboliza la fidelidad. En el cuadro de Velázquez también simboliza el trabajo en grupo. Fidelidad y colaboración son ideas centrales de Madrid Puerto Aéreo y, por extensión, de la ciudad contemporánea.
La quinta salida fue a la Plaza Mayor un día de los Inocentes. Madrid Puerto Aéreo no fue por los puestos navideños. Fue a reivindicar la plaza fundacional de la ciudad y las pinturas de Carlos Franco en la Casa de la Panadería. Inquietos por la decisión unilateral del Alcalde Gallardón de trasladar a Cibeles el centro simbólico de la ciudad. Y no es que Madrid Puerto Aéreo tenga nada contra Cibeles, muy al contrario, pero si Madrid quiere ser Madrid no puede “olvidarse” de la Plaza Mayor.
Recuperación que inició acertadamente Tierno Galván con los frescos de Carlos Franco, a los que no se dio continuidad. Es imprescindible renovar los bares de la plaza para que no sean sólo lugares de tipismo para turistas y es indispensable cambiar ese adoquinado incómodo al paseante, en cuyas grietas se agazapa la humedad y la mugre.
En este gesto de reivindicación del Madrid barroco frente al neoclásico casi nadie acompaña en este momento. Los aspectos funcionales de las nuevas cabalgatas se irritaban al tener que encogerse para entrar en la vieja plaza y prefieren deslizarse a sus anchas por la Castellana hasta la fuente de Cibeles. Los nuevos tecnócratas se sentían alguacilillos en los viejos espacios y ahora han restaurado el edificio de correos para dotarse de amplísimos espacios. En el gesto, la ciudad se banaliza.
La sexta salida fue al Panteón de Hombres Ilustres. El inacabado edificio que aspiró a ser templo del liberalismo español y que en su misma frustración ejemplariza las limitaciones políticas del Madrid anterior al puerto aéreo. Y que, hoy, ejemplariza también el Madrid aéreo que se resiste a nacer. Hubo un intento anterior de Panteón en San Francisco el Grande y éste, obra de Arbós y Tremanti, en un estilo neobizantino análogo al de San Manuel y San Benito en la calle Alcalá frente al Retiro, alberga los mausoleos de Cánovas, Ríos Rosas, Dato, Canalejas, el Marqués del Duero y Sagasta, además de un templete, que estuvo en el antiguo cementerio de San Nicolás, en honor de Muñoz Torrero, Mendizábal, Argüelles, Olózaga y Calatrava.
Al edificio, que da al Paseo de María Cristina y tiene un cuidado jardín, se accede por la calle Gayarre. Desde que uno entra se percibe frialdad. Las cartelas son pobres y a la estatua de la Libertad, obra de Ponzano, que preside el templete del patio, le faltaba hasta hace poco un rayo de la corona. El Panteón, paradojas del destino, lo gestiona con poco interés Patrimonio Nacional y es un lugar semidesconocido.
Poca gente se pierde por allí. Una vez vi una bandera llevada por vecinos de Cabeza del Buey, para recordar a Muñoz Torrero, y recuerdo un encuentro en honor de Tomás Blanco de la Plaza. Cuando fuimos, los amigos de Madrid Puerto Aéreo sentimos en el aire del patio una desazón decimonónica, equilibrada sólo por el campanile a la italiana que, además de mirarse en la torre del reloj que hizo Moneo, ven todos los viajeros que vienen y van por la estación de Atocha.
Un acto reducido de la cofradía fue la conferencia sobre el autobús 19 que tuvo lugar en el salón que animaban, en la calle Calvario, Mireia Sentís y José Luis Gallero. En aquella lectura se ensayó la posibilidad de encontrar en los autobuses de determinadas líneas, quizás en todos, una personalidad propia marcada por sus trayectos y los espacios, edificios y otros asuntos urbanos que se encuentran a su paso. Una idea que, sometida al microscopio de Cajal, podría dar lugar a una especie de mapa neuronal, de mapa cerebral de la ciudad de Madrid establecido por sus más de cien líneas que concretan día a día las idas y venidas de los madrileños. Concreción que nunca estaría completa sin el estudio de las líneas de metro que, de forma subterránea, intervienen el espacio de la ciudad dinámicamente y son extensiones contemporáneas del paseante.
El 19 va de Legazpi a la plaza de Cataluña y en el camino transita por lugares principales de la ciudad. Es el único autobús que recorre de punta a cabo calles como Velázquez o Alfonso XII. Compite por ser el autobús que durante más tiempo circula pegado a la reja del Retiro y, en su recorrido, pasa junto al primer instituto Cajal, en el Retiro, al segundo, en la confluencia de Velázquez con Joaquín Costa, y al tercero, en Doctor Arce. Todo esto y muchas cosas más, que no son del caso, componen una línea de autobús marcada por la comodidad.
El carácter experimental de la conferencia, como fenómeno de laboratorio susceptible en su ejecución de contratiempos, aconsejó una convocatoria minoritaria. Afortunadamente, la cortesía de los asistentes ayudó a que el experimento llegara a buen puerto e, incluso, a que unos días después Radio Madrid se hiciera eco del mismo. Bien es verdad que más como excentricidad que como futuro.
La octava salida consistió en visitar algunas estatuas del Retiro que emiten mensajes sobre nuestro pasado
La octava salida consistió en visitar algunas estatuas del Retiro que emiten mensajes sobre nuestro pasado. La salida se convocó también para visitar algunos árboles con lo que se fueron intercalando opciones botánicas e históricas. El conjunto escultórico fundamental es el monumento a Alfonso XII, que aspiró a ser museo nacional de escultura, y su consecuencia, rival o complemento, la estatua a caballo de Martínez Campos. El oficialismo alfonsino quiso replicar frente al estanque lo que los alemanes habían levantado en Coblenza a Guillermo I, fundador de la nación alemana moderna. Las comparaciones odiosas se disparan solas. El formidable espacio geográfico que compone la confluencia del Rhin y el Mosela no tiene parangón. La idea de que el monumento, el de Madrid, se pagara por suscripción popular llevó a enormes demoras y discusiones agrias sobre quién se hacía cargo de los gastos. En el ínterin, la facción ultra y militarista se escandalizó de que Martínez Campos no tuviera sitio en el monumento y decidió ponerlo cerca y de espaldas, para formar un conjunto en el que puede imaginarse al viejo soldado a caballo tirando de unas cuerdas, que mantienen pegada a tierra la tarta de la Restauración. Todo de aquella manera, incluyendo, como es tradición en Madrid, un mirador que no se usa.
También visitamos los retratos en piedra que hizo Victorio Macho de Ramón y Cajal y de Galdós. El de Cajal, retratado como una especie de senador romano con el pecho al aire. El de Galdós, viejo, sentado y taciturno. Por entre medias, el monumento de Couillant-Valera a Campoamor es todavía el más visitado. El escritor se retrata con una niña, una adulta y una mujer mayor para subrayar que fue el primer escritor español en tener un público específicamente femenino. Hoy nadie recuerda lo influyente que fue en el cambio de mentalidad que acompañó a la alicorta revolución española. Alicorta en comparación con los grandes países europeos, pero digna de denominarse “gran transformación” como atestiguan las dos obritas en bronce a los lados del grupo principal. Del lado norte El Gaitero de Gijón, que tiene que seguir tocando a pesar de la pena por la muerte de su madre, y del lado sur una reproducción, del original que alguien robó, del Quién supiera escribir, en el que una joven lamenta necesitar la ayuda de un cura para escribir una carta a su novio. La nueva manera de aguantarse la muerte, ante la ciega mecánica de la vida moderna que no puede detenerse, y la constatación femenina de la necesidad de alfabetizarse para ser libre. Sencillo, vulgar, algo cursi, pero todavía pasa gente y se para y recuerda algún verso que ellos o sus abuelos recitaban de memoria.
La novena salida no fue posible. Pusimos una carta a Adif para que nos dejara subir a la torre del reloj que dibujó Moneo para rematar la estación de Atocha. La torre más mirada de Madrid, por el elegante reloj que la corona en dos de sus lados, pero que tiene los otros dos abiertos con miradores. La carta no la respondió nadie. Así que Madrid Puerto Aéreo no pudo volver a mirar al sur, visitando lo más alto de la pieza que cose la vieja y la nueva estación.
Días después pude por fin, en compañía de un grupo privilegiado, acceder al secreto. La escalera de subida a la torre no estaba presentable. Repleta de cientos de ordenadores desechados, el arranque de la escalera estaba convertido en un almacén polvoriento de chatarra informática. A pesar de ello subimos y comprobamos la excelencia de las vistas que los actuales propietarios birlan a los madrileños. Poco después convirtieron el reloj en un anuncio, poniéndole una marca, para ingresar algunas monedas. Unos años más tarde adornaron la elegantísima torre con un feo anuncio. Qué diríamos si en las torres de las catedrales se anunciara la iglesia católica con un luminoso. La desfachatez de la propiedad contemporánea necesita de un nuevo Proudhon que denuncie el robo.
Para Madrid Puerto Aéreo era importante visitar la estación de Atocha, porque la han bautizado Puerta de Atocha. Es como decir que es una hermana pequeña de Barajas, que renueva la centralidad ferroviaria de Madrid de una manera voladora y aérea, pero que no deja de tener un regusto centralista cuando se constata la parálisis del corredor mediterráneo u otras medidas de fomento asimétrico. Y ese estigma no lo tiene Barajas porque, aunque se le pudiera tachar de centralizar, que lo hace, está todo ello justificado en la dotación de un puerto de comunicación mundial, a la ciudad que durante tanto tiempo no lo tuvo.
La décima salida fue preparatoria de una que nunca llegó a hacerse. Fui con Augusto Paramio a Paracuellos del Jarama para, desde allí, observar las obras, entonces en marcha, de la T-4. Lo más llamativo, desde lo alto de la terraza o acantilado, era la diferencia de tamaño entre el antiguo aeropuerto y su ampliación. La T-4, como luego ha quedado demostrado, hace justicia a la importancia de Barajas para Madrid.
No recuerdo bien por qué, el movimiento flaqueaba. La expectativa de influir en la mega-urbe con diminutos paseos colectivos mostraba su lado ingenuo, en una ciudad que había vuelto a presenciar caminatas masivas de indignados por la colaboración del ejército español en la invasión de Irak. Después algo debió pasar. Quizá La Casa Encendida exigía demasiada dedicación. Quizá no surgió ninguna otra idea capaz de simbolizar lo que queríamos. Probablemente no sabíamos muy bien qué era eso, excepto el deseo de vernos, de pasear juntos y pensar que Madrid es una ciudad en la que los aspectos aéreos y portuarios algún día derrotarán las inercias funcionariales y centralistas de ese Madrid solar en venta al que estamos entregados.
Madrid Puerto Aéreo fue una iniciativa que, en tiempos de La Casa Encendida, convertí en una página web desde la que convocaba a los amigos a acciones concretas, siempre en el ámbito más o menos cultural. Solía consistir en paseos o visitas a través de las que trataba de articular mis ideas sobre un...
Autor >
Carlos Alberdi
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