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Juzgar a través de la nostalgia es una actividad muy peligrosa. Sí, porque, como dice Julian Barnes, lo que acabas recordando no es siempre igual a lo que has vivido. Mucho menos todavía, cuando ni siquiera lo has vivido. El que esto escribe no recuerda el famoso partido de 1974 en Glasgow porque entonces no sabía ni hablar. Por eso es absurdo que intente analizar la realidad actual desde un recuerdo distorsionado. Me ocurre a mí, y le debe ocurrir a la mayoría de los que hoy llenaban Celtic Park, porque no he visto muestras de ese aparente odio hacia un equipo que seguramente desconocen. Desgraciadamente, gracias a los tabloides radiactivos de las islas y también a los de aquí, que sin llamarse tabloides hacen lo mismo, la sensación antes del partido era otra. Anunciaban una guerra que, afortunadamente, yo no he visto. No sé si toda esa histeria beligerante era mentira o no. No sé si era un reflejo de la realidad o simplemente la consecuencia de una lacerante falta de talento a la hora de comunicar, pero me aburre. Me aburre mucho. Y me niego a tener que caer en la referencia gratuita una y otra vez. Ya pasó.
Sí, porque creo además que hay cosas más interesantes sobre las que centrar la atención. La influencia excesiva de los (malos) colegiados en Europa, por ejemplo. O, ciñéndonos a lo deportivo, el hecho de que en todos los partidos continentales, el equipo rival empiece jugando más rápido, con más intensidad y con más fuerza que el Atlético de Madrid. Es así desde hace años y así ha sido también hoy. Quizá sea eso lo que mejor explique el que no hicieran falta más de cinco minutos para que el Atleti tuviese que jugar por debajo en el marcador. Salida algo contemplativa del equipo, especialmente si se compara con la de su rival, una jugada rápida por la derecha de los escoceses, Galán que no es capaz de seguir a su defensa, la defensa que no es capaz de cubrir el pase, y uno de los muchos asiáticos del equipo escocés, Kyogo Furuhashi, que entra en el área para abrir el marcador.
Mal asunto eso de ponerse por detrás nada más empezar, especialmente si estás jugando en un estadio que ya se sabía que sería una caldera. Pero el asunto se convierte en preocupante cuando encima no te acompaña el fútbol. El dibujo táctico de Rodgers se le atragantó más de la cuenta a un Simeone que, durante toda la primera mitad, no fue capaz de recomponer al equipo. Los rojiblancos parecían perdidos y, más allá de la lentitud en la gestión del balón, eran incapaces de detectar la vulnerabilidad de su rival. Y eso si hablamos del ataque, porque en defensa era todavía peor. Perdidos en el centro del campo, erráticos en la presión y sufriendo cuando los escoceses ensanchaban el terreno de juego, el Atleti se veía incapaz de, al menos, equilibrar las fuerzas. Nahuel salvaba una par de rotos en la línea defensiva mientras en el lado contrario veíamos a un Javi Galán extremadamente nervioso y absolutamente superado por las circunstancias.
Pero el Celtic no es seguramente el equipo que habíamos visto hasta ese momento y por eso bastó un poco de pausa con el balón para que cambiasen algo las tornas. El Atleti comenzó a jugar en campo contrario y a tener algo de paciencia. Simplemente con esa fórmula tan básica llegó un gran pase al hueco de De Paul, que dejó a Nahuel delante del portero. El argentino fue derribado y el consiguiente penalti fue transformado por Griezmann, no directamente, sino aprovechando el rechace después de haber lanzado el balón al palo. Empezaba otro partido, pero no el que el Atleti hubiese deseado. No, porque el Celtic, aupado nuevamente por su público, logró meter el enésimo balón a la espalda de la defensa, esta vez la de Nahuel, para cruzar el balón al lado contrario y que llegara un prodigioso disparo de Luis Palma que acabaría en el segundo gol del cuadro caledonio.
Con la sensación de que el partido estaba roto, los rojiblancos lo pasaron mal hasta que pudieron llegar al descanso. Por el camino, eso sí, y es importante resaltarlo, el señor colegiado se encargó de ensuciar un partido que no lo estaba, a base de sacar tarjetas ridículas a los jugadores colchoneros y de perdonárselas a los escoceses. ¿Por qué? Cosas de la Champions, supongo.
El señor colegiado se encargó de ensuciar un partido que no lo estaba
Los cambios de Riquelme y Llorente por Galán y Saúl modificaron completamente el panorama en el segundo tiempo. El canterano, sin ser defensa, defendió infinitamente mejor que Galán. Llorente aportó verticalidad e hizo unos primeros minutos bastante buenos. Las sensaciones eran ya otras en cuanto el balón empezó a rodar y tardaron poco en ser trasladadas a resultados. Gran jugada de potencia de Llorente, gran pase al segundo palo y gran remate en plancha de Morata para certificar el empate.
A partir de ese momento el Atleti se adueñó del balón, calmó las aguas y empezó a crecer a base de jugar al fútbol. El Celtic era incapaz de mantener el tono físico de la primera parte, lógicamente, por lo que su entrenador decidió cambiar el dibujo para protegerse. Esto le vino bien al cuadro rojiblanco, que para cuando el partido llegó al minuto 70 tenía un dominio ya absoluto. Faltaba mucho tiempo por delante y la victoria estaba al alcance de la mano, pero nadie contaba con la labor de ese que, en una competición normal, debería pasar desapercibido. Inspirado seguramente por alguna novela existencialista, el trencilla decidió sacar la segunda amarilla a De Paul y expulsarlo por una entrada dudosa de ese castigo, pero mucho más si se pondera con el arbitraje del resto del encuentro. Desgraciadamente, y antes de tiempo, se acabó lo que se daba. El Atleti cerró filas y el Celtic apenas fue capaz de inquietar hasta llegar al final.
La sensación que queda es que el Atleti estuvo a punto de llevarse los tres puntos de Glasgow. La realidad es que el árbitro, por lo que sea, no le dejó intentarlo. El equipo se queda con un punto que sabe a poco y que deja a los de Simeone en la segunda plaza de un grupo demasiado apretado. Queramos o no, me temo que toca remar.
Juzgar a través de la nostalgia es una actividad muy peligrosa. Sí, porque, como dice Julian Barnes, lo que acabas recordando no es siempre igual a lo que has vivido. Mucho menos todavía, cuando ni siquiera lo has vivido. El que esto escribe no recuerda el
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