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En los últimos años se han propuesto algunas explicaciones sobre la proliferación de la narrativa de no ficción. Las más frecuentes horadan el territorio histórico, el de género y el tecnológico. Siguiendo este orden, se ha argumentado que la narrativa de no ficción puede considerarse una destilación de lo ficticio en favor de lo testimonial (ambas dimensiones siempre estuvieron presentes en la narrativa europea); también, que dicha narrativa cristaliza la evolución de una expresión íntima que muchas escritoras empleaban en siglos anteriores ante la prohibición de acceder a los formatos épicos de la literatura; y, tres, que en este mundo de pantallas, la membrana que antaño separaba ficción y realidad –es un decir– se ha vuelto más permeable que nunca: la literatura solo estaría reflejando este fenómeno. Estos motivos o, más bien, estas determinaciones estructurales de la acción literaria explicarían de un modo inmediato el auge de esta simbiótica modalidad que enajena parcialmente las energías de la ficción en una supuesta verificación obsesiva de lo real. Sin embargo, no se nos habían ocurrido razones éticas para justificar el fenómeno: ¿cómo sería que los escritores apostaran por la narrativa de no ficción por escrúpulos morales? La neoyorkina Sigrid Nunez se atreve a ello en las páginas finales de su último libro, Los vulnerables, cuando el lector lleva un rato preguntándose –o dejándolo estar– si la narradora coincide con su autora. Contraponiéndolo a una supuesta crisis de la novela tradicional, Nunez alega: “Tal vez lo que se necesita en nuestros tiempos oscuros y contrarios a la verdad, con toda nuestra flagrante hipocresía y el creciente uso del relato como medio para distorsionar y oscurecer la realidad, sea una literatura de historia personal y reflexión: directa, auténtica, escrupulosa con los hechos”.
No queda claro qué determinación, diríamos que metafísica, haría que una apuesta por géneros mayormente testimoniales condujeran forzosamente un texto por el camino de la autenticidad. Tampoco se garantizan así escritos más directos: los repliegues entre realidad e invención en el género pueden ser agotadores (como atestiguan algunos artefactos de Paul Auster o Ricardo Piglia, sin ir más lejos), y los insertos ensayísticos a veces disipan la buena marcha del texto (la propia Nunez suele caer en este exceso con sus abanicos de citas literarias). Pero el dictamen de Nunez parece interesante e ingenuo a la vez. Interesante porque está claro que la mayor parte de la mentira y la manipulación contemporáneas (bots, extremas derechas, redes sociales, campañas, etcétera) surge de retorcer los hechos empleando esa herramienta tecnológica que difumina la falsedad barnizándola de apariencia hiperrealista. E ingenuo porque ya sabemos que si el mismísimo diablo retransmitiera sus proyectos en un canal –lo hace, por cierto, y en países bien distintos–, primero de todo nos convencería de sus supuestas mejores intenciones.
Parte de la manipulación actual surge de retorcer los hechos mediante esa herramienta tecnológica que difumina la falsedad barnizándola de apariencia hiperrealista
Nunez lanza esta premisa porque quiere reivindicar su propia poética. Sus tres novelas traducidas al español inciden en las claves del género: son libros un poco informes, en los que una narradora sin identidad clara relata acontecimientos de su propia vida. La tasa de novelización de sus novelas es baja: apenas introduce elementos clásicos como el clímax o la retórica, y en ningún momento busca esa distancia entre lo narrado y el lector que le facilitaría a este un territorio para la reflexión autónoma. En las novelas de Nunez, el lector va como rezagado respecto de la tensión literaria: da la impresión de que los sucesos han sido ya previamente meditados. No se extraen del banco de pruebas de la imaginación sino que parece que fueron vivenciados por su autora en los mismos términos en que son contados. Esto dota a sus libros de una curiosa mezcla de densidad e inmediatez. Los sucesos se viven con cierta frescura, pero, al mismo tiempo, se hace presente una mediación por parte de la conciencia de la autora.
En las novelas de Nunez, el lector va como rezagado respecto de la tensión literaria
Nunez ha titulado su última publicación Los vulnerables. El título podría servir para cualquiera de los tres libros traducidos por Anagrama, sus tres últimas obras. Tanto Cuál es tu tormento como El amigo están vehiculados por un suicida. En el caso de Los vulnerables, se narra a partir del confinamiento de la pandemia. En los tres se observa un cierto despojamiento psicológico porque no parece existir una intención férrea de construir psicológicamente caracteres (esto es, personajes). Tampoco narraciones tradicionales. Esto no quiere decir que al narrar de Nunez le falte hondura psicológica: si aquí conocemos personajes (o personas que han sido de carne y hueso), si vivimos conflictos, es porque la voz narradora escucha y ve con audacia y compromiso. El yo fuerte que se espera en una narrativa de no ficción no resulta de una voluntad de autoafirmación, ni siquiera de autoconstrucción. No hay necesidad de autojustificarse o de explicarse a sí mismo, como hacen otros escritores similares (estoy pensando en Emmanuel Carrère o en Rachel Cusk, con quien se la relaciona). Su proyecto literario resulta, más bien, de poner en juego una sensibilidad solitaria atenta a los pequeños y grandes percances, a la suma de decepciones cotidianas que se acumulan en las arterias del vivir. Se trata de una sensibilidad en alerta, inconformista, neurótica, propia de alguien a quien afecta, y mucho, la vida de sus personas cercanas. Da la impresión de que es alguien que no deja pasar un dolor, una decepción, una ofensa, un malentendido, y que todo eso lo consigna en su diario de experiencias. La narradora de Nunez es testigo antes que protagonista. Me atrevo a decir que esto reactualiza un poco la vieja reivindicación aristotélica por una vida contemplativa, a través de la cual, más que admirar apaciblemente paisajes –que también–, se busca penetrar en las complejas profundidades de lo real.
Así que los libros de Sigrid Nunez no resultan especialmente alegres. No hay una apuesta decidida –un plan preestablecido– por la esperanza, la revelación o la resignación, tres formas de transformación psicológica y existencial que suelen salvar las novelas más pesimistas. Por momentos, Nunez parece haber venido a la literatura para cumplir un papel de aguafiestas: el vivir, según ella, se conforma en este melancólico transcurso de los días convertido en pura percepción, en este lento deshojar las ilusiones, este acabamiento paulatino de la energía y la inocencia. Cuando leí Cuál es tu tormento, fui anotando los cambios vitales que la narradora le revela al lector, y que parecen descubiertos sobre el papel al mismo ritmo que le son reveladas a la conciencia de la escritora, esas pérdidas inherentes a la edad, o propias del conocimiento, que van asumiéndose como un precio por vivir, y de las que no siempre nos damos cuenta. La lista salió larga. Incluía, entre otros, el envejecimiento que nos esclaviza a nuevos y acuciantes miedos; también el hecho de pasar con la edad a una invisibilidad general; el de ayudar a alguien en algo importante sin que eso resulte satisfactorio; el del aburrimiento ante las propias preferencias musicales y literarias; el de la futilidad de ejercicios como el yoga; el hecho de que no sea posible perdonarlo todo (ni siquiera en el momento en el que uno se está muriendo); el de la intensidad de los recuerdos que se disipan y abren una sensación de absurdo, etcétera. Son frustraciones que recortan las potencialidades de la vida y que, por si no lo sabían, no siempre se nos hacen visibles, así que aquí está la narrativa de no ficción para adelantarnos un poco la decepción.
Ahora Nunez rebobina unos años para revisar aquel 2020
Sin embargo, hay algo que redime estos libros al límite del pesimismo, y es la reivindicación del estado de la vulnerabilidad. Este sí que parece ser el gran tema de Sigrid Nunez. La escritora neoyorquina tiene claro que todos somos vulnerables, y que paliar la parte más dolorosa de esta dimensión pasa por encontrar a alguien a quien podamos ayudar. Según ella, la ética del necesitado se revela de un modo un tanto instrumental: se produce una cierta relajación de la tensión vital, y hasta de la inalcanzable pureza de la solidaridad sin causa, cuando uno se da cuenta de que necesita a un necesitado en su vida. Si en El amigo el necesitado era un gran danés abandonado por el amigo suicida de la narradora, en Cuál es tu tormento, la necesitada es la amiga de la narradora, que pretende un suicidio planificado para el que necesita ayuda. En Los vulnerables, la pandemia convierte a toda la raza humana en necesitados que necesitan cuidar a otros necesitados. La pandemia se convierte en la gran metáfora de este carácter incompleto del ser humano. No supimos verlo entonces, porque la extrañeza del confinamiento y las amenazas a la salud nublaron nuestro entendimiento en distintas direcciones, pero ahora Nunez rebobina unos años para revisar aquel 2020. Lo hace en su terreno literario natural: en su apuesta por la narrativa de no ficción, parece dar testimonio de que esta reivindicación de la vulnerabilidad que desde entonces realizan filósofos, agentes sociales y políticos comedidos en los media, resulta más auténtica cuando se le desnuda a la literatura de sus aderezos artísticos. Ya hemos dicho al principio del artículo que, si bien como estrategia de escritura, la apuesta por el despojamiento puede resultar satisfactoria, como dogma de escritura es más que discutible (por las razones apuntadas antes y también porque la narrativa de ficción es una técnica literaria tan sofisticada como cualquier otra). Lo que ahora toca decir, sin embargo, es la solidez de sus palabras, que efectivamente suenan sinceras y delicadas, y validan su ética personal. Somos vulnerables necesitados de otros vulnerables.
En los últimos años se han propuesto algunas explicaciones sobre la proliferación de la narrativa de no ficción. Las más frecuentes horadan el territorio histórico, el de género y el tecnológico. Siguiendo este orden, se ha argumentado que la narrativa de no ficción puede considerarse una destilación de lo...
Autor >
Roberto Valencia
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