principios
Periodismo en bata
Pretendemos hacer un periodismo honesto y serio, que cuesta dinero pero que no todo el mundo está dispuesto a financiar. Desde luego no las grandes corporaciones ni tampoco los poderes públicos
Mónica Andrade 9/01/2025
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Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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A veces me acostaba pensando en aquel “no van a durar ni cuatro meses”, una sentencia de muerte en diferido, pronunciada por algún exjefe de Miguel Mora, y que una de las muchas personas que pasaron por Doctor Arce en los primeros meses de 2015 se encargó alegremente de hacernos llegar.
Volver a España, después de diez años correteando por Lisboa, Roma y París, no estaba resultando fácil. Los destrozos de la crisis seguían bien visibles, y Madrid estaba más fea y triste que nunca. Tiendas y locales cerrados en todas partes, largas colas en las oficinas del paro, profesionales que habían perdido su trabajo o se habían visto obligados a echar la persiana en sus pequeños negocios –entre ellos, unos cuantos amigos–, y, sobre todo, pocas perspectivas de que la situación fuera a mejorar a corto o medio plazo.
Rondando los cincuenta, encontrar trabajo como periodista en un medio de comunicación decente era, a mediados de 2014, una posibilidad remota. Y eso sin contar las pocas ganas de incorporarse a redacciones donde la palabra “contenido” había ido sustituyendo a “crónica”, “entrevista”, “reportaje” o “análisis” y donde el ritmo lo marcaban unas máquinas que conminaban a los redactores a subir otro post a Facebook.
Como no había muchas alternativas, decidí secundar el impulso de Mora, superando mi pesimismo antropológico. ¿Cómo íbamos a conseguir montar un medio si ninguno sabía nada de negocios y en la vida habíamos mostrado eso que los cursis llaman entrepreneurship y que se intenta inculcar a cualquier estudiante, a falta de buenos empleos?
Dinero no había, pero gente había a patadas. Mucho periodista en paro y jóvenes buscando su primer trabajo. Nos reunimos con muchos, algunos conocidos de etapas anteriores, otros que se iban acercando porque alguien les había hablado de aquel medio en ciernes. Los más viejos del pequeño equipo, que todavía hoy seguimos siendo los barandas, nos preguntamos a veces de dónde salió tanta tropa. Imposible acordarse de todos los nombres que pasaron por el salón de casa…
Por el salón de casa, sí. El dinerito que habíamos conseguido reunir gracias a las aportaciones de los catorce socios fundadores y la primera financiación popular de Verkami no daba para alquilar una oficina, solo para pagar, modestamente, las colaboraciones. Así que aquellos dos primeros años –quizá algo más–, mi casa (la misma que la de Mora y nuestra hija pequeña, Elisa; la mayor, Adriana, estaba estudiando fuera de Madrid pero pronto se sumaría al proyecto) se convirtió en una minirredacción que los miércoles –día de cierre de los números semanales– bullía como cualquier otro periódico cuando llega la hora de mandar a rotativas. Las sillas y la mesa del comedor –a la que había que añadir también la de la cocina– siguen, diez años después, medio desvencijadas.
Finalmente conseguimos alquilar una pequeña oficina en la calle Príncipe de Vergara, encima del parque de Berlín. Fuimos, sin darnos cuenta, pioneros del teletrabajo. La pandemia nos pilló bien entrenados; lástima que en ese momento tuviéramos un fantástico local en el barrio de Chamberí que en pocos meses se había convertido en lugar de encuentro de nuestra comunidad y en donde, además de debates y presentaciones de libros, hubo noches memorables de flamenco.
Pero no corramos tanto, que todavía seguimos en el Saloncito haciendo unas risas con las suspicacias que aquello suscitaba. En el mundillo periodístico –cotilla por naturaleza– no acababan de creerse que CTXT se hiciera desde el salón de una casa. Algunos pensaron que era una especie de truco de marketing, una manera de hablar; otros, más desconfiados, que alguien estaba poniendo la pasta por la puerta de atrás. Que dos exdirectores de El País y la que sería, después de su paso por CTXT, la primera directora de ese periódico acudieran allí de vez en cuando debía de oler muy mal.
En realidad, solo había que echar un vistazo a las fotos de las larguísimas entrevistas que publicamos con los líderes de la nueva izquierda, y no tan nueva, y con gente variopinta para saber que aquello no era una redacción. No me acuerdo bien de quién fue el primero, pero por allí pasaron Pablo Iglesias, Irene Montero, Javier Gomá, Wyoming, Alberto Garzón –para regocijo del portero de casa, viejo comunista, que se abalanzó para saludarle en cuanto lo vio entrar–. Vino incluso Pedro Sánchez, en noviembre de 2015, antes de ser defenestrado por sus correligionarios. No eran las típicas entrevistas que estábamos acostumbrados a leer, eran más bien conversaciones (a veces demasiado sesudas), en las que no importaba tanto lograr un titular como tratar de entender por dónde podían ir los tiros del cambio político que parecía avecinarse y que luego tardó tanto en llegar. Nuestros fotógrafos eran Manolo Finish y Rosa Muñoz; al final del encuentro hacían posar a los entrevistados delante de una foto que teníamos colgada en el salón. Es una enorme imagen en blanco y negro de Beirut, en 1990, destruido por la guerra.
La misma mesa redonda acogió también proyectos más o menos intrépidos, desde el maratón de radio la noche electoral del 26 de junio de 2016 (lean el capítulo de Cristina Barbarroja), en las que nos las prometíamos muy felices y acabó ganando la derecha, a la grabación del himno flamenco de CTXT, de la mano de Carmen Linares, Soleá Morente, Aurora Carbonell y las Negri, o los rodajes de vídeos para lanzar la marca en redes. No se pierdan los de la campaña El contexto lo es todo.
No siempre las visitas al saloncito fueron igual de agradables. Una mañana en la que solo trabajábamos los de casa, sonó el timbre bastante temprano. Yo estaba aún en bata cuando abrí la puerta a un cartero. Pensé que era otra multa, pero el hombre empezó a recitar varios nombres, entre ellos el de CTXT, y cada vez que yo asentía me entregaba un buen tocho de papeles. Así hasta cinco veces. Antonio Resines había decidido demandarnos por la vía penal y nos pedía 600.000 euracos, ni más ni menos. Al actor no le había gustado un artículo en el que contábamos sus triquiñuelas en la Academia de Cine. Para no aburrirles, y si les interesa el culebrón que se alargó seis años, hasta 2022, pueden googlear CTXT+Resines. Al final, los tribunales nos dieron la razón, y desde aquí agradezco en especial la ayuda del abogado Patxi Arroyo, que falleció hace pocos meses.
El episodio de la bata fue un factor más para acelerar la marcha hacia una oficina. Necesitábamos más espacio, vernos la cara todos los días, contarnos chascarrillos –afición predilecta de la profesión– y buscar la manera de aumentar los ingresos.
Los ingresos, qué pesadilla y qué palabra tan fea. A lo largo del tiempo hemos ido inventando de todo: camisetas, tazas, suscripciones de todas las tallas, libros, congresos, foros de debate y una increíble variedad de actos culturales/sociales. Pero a día de hoy la filosofía no ha cambiado. Pretendemos hacer un periodismo honesto y serio, un periodismo que cuesta dinero pero que no todo el mundo está dispuesto a financiar. Desde luego no las grandes corporaciones ni tampoco los poderes públicos, sean de uno u otro color. Nos hemos hartado de denunciar el mal uso del dinero público que sostiene pseudomedios y tabloides tramposos para mantener el statu quo que beneficia a los de siempre. Pero la realidad es que, diez años después, CTXT solo sigue existiendo gracias a que ustedes, lectoras y lectores, siguen apoyándonos con sus suscripciones. Ojalá podamos sobrevivir diez años más, aunque solo sea para fastidiar a aquellos cenizos que nos pronosticaron que duraríamos cuatro meses y a quienes desde las instituciones se empeñan en no promover un pluralismo mediático real.
En este tiempo hemos sufrido lo nuestro, pero también lo hemos pasado muy bien, nos hemos reído y hemos aprendido a hacer todo lo que se puede hacer en un periódico y bastantes cosas más. Pero creo que lo más importante es que hemos hecho todo sin renunciar nunca a nuestros principios.
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Mónica Andrade es directora adjunta, consejera editorial y accionista de CTXT desde su fundación.
Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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Mónica Andrade
Periodista. Nacida en Madrid y criada en Pamplona. Huye de los focos, prefiere el 'backstage'.
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