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Es un milagro que un texto tan antiguo como La Ilíada sea comprensible. No debería serlo. Es más, lo tiene todo para no ser entendido aun hoy, en tanto el texto no empieza por el principio de ninguna historia y habla de una guerra de diez años, de la que no se explica, en ningún momento, ni su comienzo ni su final. Pero, sin embargo, el poema se entiende. No solo se entiende de manera absoluta y diáfana, sino que no dejan de crecer sus significados, incluso a lo largo de una sola biografía de un solo lector. Aristóteles, de hecho, se maravillaba ante ese hecho, al que denominaba comprensión “divina”. Es decir, el lector –independientemente de su edad matizaría yo– asiste a ese laberinto jamás visto antes, una historia fabulosa y confusa, que integra y afecta a la vida de muchos personajes y, no obstante, descifra esa historia en tiempo real, con la facilidad con la que los dioses, con solo un vistazo, entendían nuestra vida y la podían definir con una sola palabra. Lo que significa que todo eso, toda esa complicación desvelada, no había sucedido nunca jamás antes de La Ilíada, un texto admirado, conservado y transmitido precisamente por eso. Que La Ilíada –una obra posterior a algunos textos bíblicos– es el primer manuscrito sumamente elaborado, sumamente complicado y sumamente diáfano –y sumamente bello–, es algo cierto. Literalmente. Antes de La Ilíada, los poemas épicos –incluso los de otras culturas– eran una suerte de historias lineales, unidas por las palabras “y entonces”. Eran cientos de historias, y cientos de “y entonces”. La sucesión de muchos “y entonces” es el primer recurso de los niños, sumamente pequeños, cuando quieren explicar una historia. La Ilíada –que, a su vez, no es como hablan los adultos– supone la primera vez en la que se destierran los “y entonces”, lo que tuvo que suponer algo sumamente emocionante. Hoy, sea como sea, podemos descifrar lo “divino” de La Ilíada, en unos términos que, tal vez, ni siquiera Aristóteles había precisado. Y que no configuran un inventario en absoluto divino. En primer lugar, podemos explicar el tiempo en el que transcurre La Ilíada. No es apabullante, no es indescifrable. Son solo cincuenta días, si bien el poema se centra en tan solo veinte días, mientras que los combates tan solo afectan a cuatro jornadas, que configuran, por sí solas, las cuatro quintas partes del poema. En la primera jornada, por cierto, pasan tantas cosas y tan distintas que, sencillamente, el lector se siente tan maravillado que tardó siglos en descubrir que asistía, tan solo, a un día en la vida de los héroes. En segundo lugar, Homero –sea quién sea, haya existido o no– aporta dos grandes invenciones, que el lector –o mejor, el oyente, la persona que escuchaba ese largo poema narrado de memoria por un rapsoda– jamás había vivido antes y que, sin duda, le hacían arder el cerebro y el corazón. Se trata de dos cosas que no existen en la vida pero sí, desde entonces, en la literatura: el flashback y la anticipación de los hechos. Por último, en el texto hay un plan rector, una planificación absoluta por parte de su autor. Durante siglos fue un plan tan invisible para el lector que creyó que era, en efecto, un plan ideado por los dioses. De hecho, ese plan lo va explicando un dios, Zeus, a Hera, la de los blancos brazos, puntualmente, periódicamente, en momentos de intimidad a lo largo del poema. Por eso mismo, ese plan, esa estructura, esa historia, parece que sea una idea del propio Zeus, cuando en realidad no dejan de ser una idea de Homero, otro muerto con el que dialogamos desde hace siglos.
La Ilíada es un milagro de la comprensión. Es el primer gran objeto comprendido. Lo que garantizó que, después de ese objeto, vinieran otros tantos, que nos permitieron entender la realidad con la misma explosión de inteligencia y turbación que La Ilíada. No sé. La gravedad de Newton, la evolución de Darwin, la teoría de la relatividad. La teoría de cuerdas. Por eso La Ilíada, sus continuaciones, las explosiones de comprensión posteriores permiten saber, a ciencia cierta, que esta época brutal, que carece de gramática y de sentido, lo tiene. Es transparente. Tan transparente como las palabras Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles. Tan solo que no sabemos su significado aún. Llegará y nuestra frente, como siempre, se romperá como el cristal, y veremos claro. No desfallezcas. Espera. Busca las palabras exactas. Canta la cólera, no la vivas. Todo será descifrado.
*No se pierdan Homero y su Ilíada, de Robin Lane Fox (Crítica, 2024).
Es un milagro que un texto tan antiguo como La Ilíada sea comprensible. No debería serlo. Es más, lo tiene todo para no ser entendido aun hoy, en tanto el texto no empieza por el principio de ninguna historia y habla de una guerra de diez años, de la que no se explica, en ningún momento, ni su...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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