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Fotograma de El huevo de la serpiente (Ingmar Bergman, 1977).
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Esta semana los periódicos nos deleitan con portadas repletas de millones de euros. Los bancos principales anuncian sus beneficios estratosféricos, números tan abstractos que resultan ficticios para cualquier vida prosaica. La épica financiera siempre avanza imparable: los ingresos solo pueden mejorar y mejorar, en un progreso supuestamente infinito que se supera a sí mismo en un relato que encadena récord tras récord.
El Santander, en esta ocasión, por ejemplo, aumenta sus ingresos hasta los 62.000 millones de euros, un 14% más, con un beneficio récord de más de 12.500 millones. Para el próximo curso, se propone dos objetivos: seguir aumentándolos, obviamente, y a su vez, consecuentemente, reducir los costes para mantener una rentabilidad superior al 17%. Cifras inimaginables, pero ejemplares: los beneficios de unos siempre suponen la precariedad de los otros. Esos otros, claro, somos nosotros, todos aquellos que no somos accionistas de las entidades bancarias.
En las principales ciudades europeas, presuntos centros de la civilización, de la democracia y el orden del Estado social de derecho, donde el trabajo y la redistribución de sus beneficios configuran un supuesto equilibrio desde después de la Segunda Guerra Mundial, la gente normal y corriente, esos otros, nosotros, ni siquiera puede pagarse un techo con sus salarios. La ciudadanía surgida de una revolución que nos hacía a todos libres e iguales ante la ley, nos decapita con contratos de alquiler inasumibles. El contrato es el mismo para el arrendador y el arrendatario, pero una parte cobra y la otra paga o se ve desahuciada. Ay, la ley. Ay, la propiedad.
Hay quien habla de cancelación de futuro, de impotencia reflexiva, de hedonismo depresivo como rasgos de nuestra época de reproductibilidad digital. Los nacidos después de los años noventa del siglo pasado se han convertido en el objeto que hace el síntoma de nuestros días: déficit de atención, dislexia, ansiedad, autismo… El malestar se instala como régimen de servidumbre mientras el marco político se desmorona abriendo el paso a un neoliberalismo despiadado que reduce el Estado a su función policial y bélica. Trump el Soberano ha entrado en escena, poniendo de manifiesto la ruina de la democracia: la violencia se desboca, el gobernante suspende derechos, la excepción se manifiesta como orden y mando. Guantánamo retorna una y otra vez, fundamentalmente porque nunca dejó de estar en el centro de la política occidental desde que esta se ha convertido en una movilización total para la guerra, enclave y símbolo de un sistema que hace de la destrucción su mayor beneficio. La inteligencia artificial ya debe de estar produciendo a mansalva imágenes de resorts de lujo en Gaza, construidos sobre miles de muertos.
El siglo XX y sus guerras mundiales parece no haber acabado. El gasto en “defensa” europea hoy se dispara, los presupuestos nacionales se pliegan a la “seguridad”, que no es sino la conservación del propio orden del capital. Von der Leyen anuncia abiertamente su pretensión de impulsar –más aún– la industria militar, un militarismo que impone en el corazón de las democracias la obligación de usar la violencia como medio legítimo para defender la conservación de los propios Estados. Ante los tiempos extraordinarios, dice, caben medidas extraordinarias.
Quizá deberíamos tomar nota y aspirar a una movilización extraordinaria, una agitación organizada y exigente. Quizá Argentina, desde el abismo, ha encendido la mecha que ilumine un poco tanta oscuridad. Cuando la cotidianidad se convierte en un ambiente de lo imposible es cuando, precisamente, insiste la posibilidad de la transformación. “Nada funciona a excepción del miedo”, dice el inspector Bauer en la lúcida película de Bergman. Filmada en 1977, en una supuesta época de orden y progreso, El huevo de la serpiente se ubica poco antes del derrumbe, durante el intento de golpe de Estado de Hitler en 1923. Es un film casi de ciencia ficción, en un marco metafórico, cuenta el director en La Linterna mágica: trata “sobre lo que podría pasarnos a todos nosotros, aquí y hoy e incluso mañana”. Frente al temor que petrifica e impone una obediencia enajenada, no cabe otra que organizar el pesimismo, obstinarse en el pensamiento, recuperar la potencia de los cuerpos e incluso la memoria de los fracasos en la articulación de un presente otro.
Esta semana los periódicos nos deleitan con portadas repletas de millones de euros. Los bancos principales anuncian sus beneficios estratosféricos, números tan abstractos que resultan ficticios para cualquier vida prosaica. La épica financiera siempre avanza imparable: los ingresos solo pueden mejorar...
Autora >
Paula Kuffer
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