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"No más lujuria. No más excesos. No más mentiras." Parece una cruzada puritana pero es la campaña publicitaria de la temporada final de Mad Men, la serie de AMC que exhibe aquí HBO, creada por Matthew Weiner y lanzada en 2007, que se alzó con 15 premios Emmy y cuatro Globos de Oro y cambió para siempre el modo en que miramos a los señores que todavía usan traje y corbata. Estrenada en América Latina el 6 de abril, la seguidilla de siete capítulos finales mantiene en vilo a los fanáticos que cruzan ciudades atestadas de smog y retenciones, para sentarse puntualmente cada lunes frente al televisor y ver cable en tiempos del streaming: una ceremonia retro que no desentona con el espíritu del programa.
Si House of Cards conmueve y espeluzna porque recrea los entretelones, miserias y ambiciones del poder político, Mad Men nos llega por su cercanía de electrodoméstico: ficcionaliza las ilusiones, tropezones y caídas de la generación de publicistas estadounidenses que formatearon desde fines de los años 50 y sobre todo en los 60, década dorada de la publicidad, nuestra idea de la felicidad asociada al confort y el consumo, clave del cambio sociocultural de esta era. O dicho en el lenguaje de Don Draper, su protagonista: "Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias". Y lo que llamas éxito. Y lo que llamas deseo. Y también aquello para lo cual estás buscando nombre todavía, empaquetado en un spot publicitario que te convence de que mueres por tenerlo.
Una década ha pasado en la ficción (seis temporadas y media en la pantalla), desde que Draper (Jon Hamm) llegó a nuestras vidas en un envase más que atractivo: creativo en ascenso de una empresa de publicidad afincada en la selecta Madison Avenue de Nueva York, 34 voraces años, guapo de intensidad no apta para enfermos cardíacos, cabeza de una familia que bien podría ocupar la portada de una revista dominical por su (aparente) falta de conflictos y con un toque oscuro, que (lo sabríamos a medida que la serie se desovillaba) se cuece a fuego lento en el caldero de una identidad fingida, una miríada de traumas importados de la guerra de Corea y una infancia de terror, vivida en un prostíbulo.
Y el hombre -que ya tiene 44 años en los huesos y que a esta altura de la serie ha descoyuntado dos matrimonios, ignorado olímpicamente a sus hijos y casi lo pierde todo por derrapar en excesos varios, incluido el de la verdad a destiempo- entra en los años 70 y parece no haber aprendido nada. Sigue bebiendo como un cosaco, ligando como un adolescente, fumando como un marinero sin puerto a la vista y reincidiendo en los mismos errores -miente, miente que algo queda- como si careciera de memoria reciente al mejor estilo del protagonista de la peli Memento.
Pero la vida cobra sus deudas y cuando las muestras gratis se acaban, hay que pagar: el episodio estreno de la temporada final empezó a confrontarlo con algunos fantasmas del pasado. Enrolado en maratonianas jornadas de belleza durante un casting de jóvenes enfundadas en abrigos de piel (eso era lo que vendía el joven Draper cuando Roger Sterling lo fichó para su agencia), Don sueña con Rachel Menken, una de sus amantes, que allá por la temporada uno se atrevió a enrostrarle su tendencia a la huida como un rasgo de personalidad: la profunda cobardía. Lanzado a recuperar ese flirt ido se da con que la chica acaba de morir, víctima de leucemia. "Vivió la vida que quiso vivir", resume su hermana en el velorio. ¿Puede Draper decir lo mismo de la suya? En seis capítulos más lo sabremos.
Sensible a la fiebre (el drama llegó a tener en los EE.UU. picos de audiencia de tres millones y medio de espectadores), The New York Times publica por estos días artículos con semblanzas de cada uno de los protagonistas, su rol, su historia, y abre foros de debate sobre su futuro entre los lectores. Festín para fanáticos.
¿Qué nos fascina de ese universo sobre la trastienda de un mundillo entrenado para vender bienestar en cortos de cinco segundos? El glamour, por cierto. La soberbia ambientación, casi una máquina del tiempo -sombreros, esmóquines, vestidos, tacones, ¡cables, nada de wifi ni bluetooth!-, que incluye ráfagas documentales de programas de televisión, música y lecturas de época. La Biblioteca de Nueva York ofreció recientemente a modo de homenaje The Mad Men Reading List, una selección de 25 títulos que los personajes de la serie leyeron en distintos capítulos. En la lista caben desde William Faulkner hasta Thomas Pynchon, pasando por Philip Roth y John Le Carré.
Pero sobre todo, atrae la paradoja del cazador cazado. “La publicidad -se ufanaba Don ante un cliente en una de las temporadas iniciales- se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes qué es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla a un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo, lo estás haciendo bien”. Esta temporada empieza con todos los socios de la agencia forrados: su venta a McCann Erickson les ha llenado los bolsillos de billetes. Pero parecen haber caído en las trampas de su propia ficción. Tienen las llaves del auto y las maletas listas, pero no saben adónde ir a pasar la noche porque sus vidas hacen agua.
Síntesis perfecta de cosmovisión y plan de escape, la fantástica voz de Peggy Lee canta en el episodio estreno Is That All There Is?, hit de 1969, mientras el mundo arde alrededor de Don y su troupe: ¿Eso es todo lo que hay para un incendio? ¿Es todo lo que hay? ¡Si eso es todo lo que hay, amigos míos, ¡sigamos bailando!
"No más lujuria. No más excesos. No más mentiras." Parece una cruzada puritana pero es la campaña publicitaria de la temporada final de Mad Men, la serie de AMC que exhibe aquí HBO, creada por Matthew Weiner y lanzada en 2007, que se alzó con 15 premios Emmy y cuatro Globos de Oro y cambió para...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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