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La sierra japonesa difiere de nuestro serrucho occidental en que tiene los dientes trabados hacia adentro, por lo que el corte se realiza por desbaste al jalar. El segundo, de dientes trabados hacia el exterior, corta para adelante, al empujar. Dos distintas concepciones del mundo.
Llevo media vida aserrando con serrucho; conozco bien la fatiga que su difícil equilibrio supone para mano y antebrazo; sé del riesgo constante de que la hoja se atore y repare. Bastáronme dos movimientos encontrados para constatar la superioridad de la sierra japonesa, evidente en cuanto se le coge el modo: corre libremente al entrar en la materia y corta, perfectamente equilibrada, al salir. El control del corte alcanza gran precisión. Nunca trabaja uno bajo el temor de un capricho de la hoja ante una fuerza mal aplicada o una excentricidad de la materia. La sierra japonesa cansa significativamente menos, pues involucra al brazo entero e incorpora el manejo de fuerzas propio del judo: servirse del peso tanto del cuerpo propio como del del adversario. (Y mi adversario es, para la ocasión, un sólido e imponente cubo de nieve de 3 x 3 x 3 metros).
Gran placer sensorial –un placer nuevo para mí– el de aserrar nieve impoluta del Círculo Polar con el acero helado, vigoroso, obediente, de una sierra japonesa.
(Ataviado para trabajar en exteriores a 20° grados bajo cero –pasamontañas incluido–, el elevador del Hotel Scandic de Kiruna me lleva al lobby desde el último piso. En el piso 4 las puertas se abren, sube una dama de cierta edad, se cierran tras su espalda. Saludo con un asentimiento de cabeza; la mujer sólo tiene ojos –y desorbitados– para la feroz, gigantesca sierra de acero que va apoyada, de canto, contra mi hombro. Baja la vista, se gira muy, muy lentamente y comienza, frenética, a apretar el botón para que la puerta vuelva a abrirse. Nada. Sin inmutarse, el elevador prosigue su descenso. Las puertas finalmente se abren ante el variopinto smörgåsbord del desayuno.
Sudó frío, la señora.
También yo sudé –no es de extrañarse, dadas las siete capas de ropa térmica que llevaba encima para pasarme el día esculpiendo nívea nieve en la intemperante intemperie del ártico sueco.)
La sierra japonesa difiere de nuestro serrucho occidental en que tiene los dientes trabados hacia adentro, por lo que el corte se realiza por desbaste al jalar. El segundo, de dientes trabados hacia el exterior, corta para adelante, al empujar. Dos distintas concepciones del mundo.
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Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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