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“Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi”. Mario Ferretti, 10 de junio de 1948.
“Un uomo"
Porque Coppi es un hombre. No hagan caso a Malaparte, ese hortera que osa compararlo con un Aquiles semidiós, con un enviado del Olimpo subiendo por las montañas de forma tan dulce que parecen planas como una mesa de billar. No, en realidad eso está escrito para halagar a Bartali, al Héctor que lucha y lucha pero siempre acaba vencido por fuerzas superiores a las que él jamás podrá desarrollar. Llamarle héroe, entenderlo como divinidad es hacer de menos a Coppi, al gran Fausto Coppi. Porque él es, esencialmente, un hombre. Y Coppi se cae, Coppi se lesiona, Coppi llora. Nada más que un hombre. Pero, también, todo lo que un hombre puede llegar a ser.
“Un uomo solo”
Fausto Coppi es un hombre solo. Años después Fiorenzo Magni dirá que en realidad odia la compañía de los otros ciclistas, del resto de las personas, que esas escapadas suyas tan radicales no son sino un intento de huir de algo más profundo, más trascendente, de una angustia vital que lo acompañará primero a través de un matrimonio infeliz, más tarde en mitad de una relación escandalosa que dividirá Italia en dos. Por eso Coppi cabalga en silencio, aquel día solo con el bullicioso Primo Volpi a su rueda durante un rato (“Su salto al principio de la etapa me ha hecho ir más lejos que nunca en el sufrimiento”). Luego solo. Siempre solo. Un hombre solo. Rino Negri calcula que durante su carrera Coppi recorrerá más de 3.000 kilómetros escapado. Doscientos de ellos serán en este día mágico.
Coppi cabalga en silencio, aquel día solo con el bullicioso Primo Volpi a su rueda durante un rato. Luego solo. Siempre solo
“Un uomo solo è al comando”
La etapa no es una jornada cualquiera. Hablamos de un raid montañoso asesino que atraviesa los Alpes de sur a norte, de Italia a Francia, de Francia a Italia. A vista de pájaro apenas hay unos sesenta kilómetros entre Cuneo y Pinerolo. Pero, en realidad, los ciclistas deberán hacer 254, cortesía de un joven que se estrena en esto de dirigir el Giro de Italia que se llama Vincenzo Torriani y que con el tiempo se convertirá en una leyenda, en un epítome de todo lo bueno (el Gavia de 1960) y lo malo (la época de Moser y Saronni) que encierra en su espíritu la ronda italiana. Se suben la Maddalena, el Vars, el Izoard, Montgenèvre y Sestrieres. La ruta que hizo Aníbal en uno y otro sentido. Una maratón que debe suponer el punto definitivo de la rivalidad que mantienen Coppi y Bartali, Bartali y Coppi. El viejo Gino avisa: “Coppi atacará en el primer puerto, me sacará ventaja en el segundo y el tercero, le cogeré en el cuarto y le dejaré derrengado en el quinto”. Confiado. Salta Volpi en Maddalena y Fausto tras él. Las cuentas salen. Fausto pronto caminará solo.
“Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste”
Coppi queda en cabeza, su imagen recortada sobre las montañas, su pedaleo dulce, armonioso, su perfil aguileño. Su maillot y su bicicleta, claro. Porque todo parece teatral, todo parece montado para pasar a ser estampa ideal del propio ciclismo italiano, con esa naturaleza grandilocuente, excesiva, que tiene en ocasiones lo transalpino. La maglia que viste Coppi es, como dicen, blanca y azul. La bicicleta, celeste Bianchi. Como aquellas que llevaban los bersaglieri en la Primera Guerra Mundial, las que tenían acoples parecidos a los que se llevan hoy en día en las contrarreloj. Solo que entonces servían para apoyar los fusiles, fusiles con los que matar austríacos. La Bianchi, que después de la Gran Guerra fue la única fábrica importante de bicicletas que sobrevivió a los bombardeos, la que realmente volvió a poner Italia a dos ruedas, la que se convierte poco a poco en parte indisoluble del espíritu de una nación. Esa máquina histórica, especial como lo son los mitos, es la que cabalga Coppi a través de su pesadilla alpina. Porque su camino es extraño, agorafóbico, excitante, lleno de trampas. Asciende el Vars, ese Varsea del siglo XII dedicado a los descendientes de Waracius, a aquellos agresivos pueblos germanos que poblaban los valles alpinos y se escapaban, en inviernos duros, a zonas de llano para coger grano, caballos, mujeres… lo que necesitasen. Luego pasa por Queyras, que significa ‘la piedra’, mientras asciende el insondable Izoard, mientras penetra en la Casse (del dialecto saboyano, terreno montañoso lleno de lascas sueltas) Déserte, antes de bajar a Briançon, que viene del indoeuropeo Bherghos, y significa ‘lugar situado en lo alto’. Los nombres, caprichosos, juguetean en su mente. Es decir, Coppi trepa por las piedras y baja hacia lo más alto. A estas alturas sus pulmones arden, sus piernas se quieren rendir. Es solo el talento y la fe inquebrantable lo que le mueve hacia la victoria. Cuando alguien se asoma al abismo, el abismo también se asoma a él, dijo Nietzsche. Coppi, ajeno, continúa.
Coppi queda en cabeza, su imagen recortada sobre las montañas, su pedaleo dulce, armonioso, su perfil aguileño
“Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è”
La radio forma parte de la vida en la Italia de posguerra. Quienes no tienen un aparato escuchan las noticias en la calle, volumen a toda potencia, y así se enteran de cómo respira un país aún convaleciente de todas las heridas posibles. Pero hoy no hay recuerdos, hoy no hay robos y pillaje, hoy no hay imágenes de Monte Cassino (“Me gustaría decir”, escribe Malaparte cuando el Giro visita el paraje ese mismo año, “que bellas muchachas se asoman a las ventanas. Pero en realidad ya no hay ventanas. Ni tampoco muros donde puedan abrirse”). Hoy solamente está la voz de Mario Ferretti, que inicia su crónica sobre la carrera con la inmortal frase del principio. La gente se enajena, algunos dejan sus trabajos para pegarse a las ondas, para enterarse de qué está sucediendo realmente en ese día que muchos recordarán como importante. Trascendente. Otros, quienes están en la montaña esperando al paso de los ciclistas, se ponen a barrer con sus chaquetas, con sus propias manos, los polvorientos caminos. Para que no pinche su ídolo, dicen. Para que ascienda más fácil. Aún están frescas las imágenes de la tragedia del Torino en Superga. Apenas un mes antes. Italia se conmocionó. Ahora se estremece.
“Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi”
El mejor resumen de lo que será esa jornada es, quizás, el menos poético de todos. Pierre Chany, cronista francés de ciclismo, sigue la carrera en un vehículo junto a otros periodistas. Ese día persiguen a Coppi durante todo su raid alpino, ascensos sostenidos, descensos frenéticos en los que la bicicleta deja atrás al coche, más pesado, más prudente. Hasta que, a la altura de Cesana Torinese, justo al pie del último puerto, ese de Sestrieres que tanto haría por el ciclismo italiano durante toda su historia, deciden parar en un bar a comer algo y tomar un café. Al salir, dice Chany, pudieron ver a Bartali pasar frente a ellos, en su solitaria persecución de Coppi. “El camarero no era especialmente rápido. Esa era la diferencia entre aquellos dos hombres”. Tras 200 kilómetros en solitario Coppi iba derecho hacia el Olimpo, a vencer en aquella maratoniana jornada, a vestirse con la maglia rosa de los campeones, a ganar otro Giro de Italia. A escribir varias páginas en los libros, no solo en los deportivos, también en los de Historia. Aquiles y Héctor. Doce minutos después llega Bartali a la meta. Qué importa, en realidad. Es un mundo, una saga, un poema. Y no se miden en tiempo los versos.
Un hombre solo, como todos los grandes mitos. Un hombre solo en cabeza. Frente a él, el mundo. La inmensidad. Ese era, ese fue, Fausto Coppi.
“Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi”. Mario Ferretti, 10 de junio de 1948.
“Un uomo"
Porque Coppi es un hombre. No hagan caso a Malaparte, ese hortera que osa compararlo con...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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