Manual de refundación para los partidos del régimen: el ejemplo de Convergència
La obsesión de la formación nacionalista es la “centralidad”, una condición que estima necesaria para gobernar y para definir lo que es Cataluña
Nuria Alabao Barcelona , 19/04/2016
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Muchos se han apresurado a certificar el estado terminal del régimen del 78. Pero ni el el 15M, ni la crisis, ni el deseo son suficientes para darle la puntilla al de un sistema de partidos, asentado tantos años ya como duró el franquismo. Los partidos nuevos han conseguido un hueco, pero no asaltar el cielo electoral, y se han encontrado con la resiliencia –palabra zen de moda– de los viejos. Ahora, estos van a necesitar algo más que el zen y la capacidad del junco de doblarse ante el viento para atravesar este ciclo si quieren seguir gobernando, porque el suelo es inestable. (Recordemos solamente la historia del hundimiento del PASOK que planea sobre las cabezas del PSOE).
La refundación-recomposición-parcheado de las formaciones del bipartidismo está en marcha. Su desgaste, descrédito acumulado, los numerosos casos de corrupción aceleran la descomposición interna y las guerras fratricidas. En qué se van a convertir y cómo se producirá estas renovaciones dependerá en buena medida de quiénes resulten vencedores de estas batallas; caras nuevas --o no tanto-- y un tiempo para limpieza interna serán también necesarios.
¿Pero cómo se refunda un partido? Es difícil responder porque depende de muchos factores. En Cataluña hay buenos ejemplos en marcha. Tomemos el caso de Convergència, una formación que tiene en común con el PP casos de corrupción que mantienen a buena parte de su plana mayor procesada, pero que se mueve en un contexto político y cultural muy diferentes. Un contexto por el que deambula con gran maestría gracias a controlar muchos de los resortes que permiten moldear en buena medida la agenda mediática y el debate social. En este momento todos están dando por sentado que CDC se refunda para ser una cosa distinta a la que ha sido hasta ahora. Según esta tesis, Convergència se vería empujada al cambio debido al Procés y a la relación que ha establecido con partidos de la izquierda nacionalista –tanto con ERC, como incluso con la anticapitalista CUP–. Este cambio implicaría echarse a su izquierda, democratizarse y poner en orden sus finanzas. De esta manera –sostiene esta paradójica interpretación de los hechos–, CDC se convertiría en el espejo de un país que se percibe a sí mismo como el más acabado ejemplo de país progresista, democrático y limpio de estas latitudes, por mucho que esto mismo le haya supuesto una victoria electoral tras otra antes de que aparentemente la refundación le hiciera merecedor de tal privilegio.
Convergència se vería empujada al cambio debido al Procés y a la relación que ha establecido con partidos de la izquierda nacionalista, tanto con ERC, como incluso con la anticapitalista CUP
El Procés busca su salida
La refundación se produce además en el contexto del aparente repudio de la hoja de ruta con la que Junts pel Sí se presentó a las elecciones del 27S. Recordemos: la plataforma que CDC creó y que incluye a independientes, ERC y otros partidos nacionalistas, y que les permite gobernar sin que parezca que gobiernan. A los líderes convergentes se les ha acusado estos días de una aparente frenada del Procés, por sus declaraciones sobre el alargamiento de los plazos de la “desconexión” –parece que ya no será en 18 meses sino en “algo más”–. También porque Mas ha declarado que la nueva CDC será “soberanista” más que “independentista”. Es decir, que apostará por un referéndum, pero que será capaz de incluir otras opciones en su seno. Bajo esta luz, la refundación no aparece como una afirmación del Procés, sino más bien como su revisión en clave realista: como el producto de la necesidad de ensanchar su base al tiempo que se diferencia de ERC y la CUP –genera o regenera su propio espacio político– y alarga su supervivencia más allá de las necesidades del Govern para el próximo pleno o el próximo telenotícies (el informativo televisivo en TV3, cada vez más sesgado).
Pero la aparente frenada del Procés tiene que ver también con algo que quita el sueño a Mas: necesitan encontrar interlocutores en España. Digamos que no les vendría mal recuperar parte de la capacidad de negociación con el Estado que tuvieron durante buena parte del turnismo, cuando se convirtieron en un pieza clave de muchos gobiernos en Madrid. Quizás ahí resida una posible lectura de las manos tímidamente tendidas a Sánchez estos días de pactismos. El gesto más significativo fue el ofrecimiento de hacer el referéndum a cambio de perderlo. (O qué si no puede significar pactar la pregunta, el quórum, la fecha y la propia naturaleza de la consulta.) O sea, permanencia en España a cambio de reconocimiento de singularidad nacional. Conseguido eso, se cerraría el círculo, la refundación sería completa.
A CDC no le vendría mal recuperar parte de la capacidad de negociación con el Estado que tuvieron durante buena parte del turnismo, cuando se convirtieron en un pieza clave de muchos gobiernos en Madrid
Cataluña es el centro
Esta necesidad les aleja de ERC y les facilita diferenciarse, algo fundamental ya que este partido amenaza la hegemonía ideológica y política de CDC dentro del campo nacionalista. Así, Mas ha declarado que su partido “representa mejor la centralidad del país que los republicanos”. La obsesión por la “centralidad” es la obsesión por ocupar el espacio que les permite tanto gobernar, como definir lo que Cataluña es –algo presente desde el origen de CDC–. En palabras de Pujol en el 76: la base del partido naciente serían “aquellos espacios políticos y sociales donde radica el centro de gravedad del país, donde radican los núcleos con mas capacidad cohesionadora”. En la Transición Pujol identificó estas bases con amplios sectores de la pequeña y media burguesía, cuadros medios y profesiones liberales, el mundo comarcal –la Cataluña interior– y los sectores de inspiración cristiana. Hoy, tras el colapso de la estructura de clases fordista en tiempos de globalización y fragmentación social, la nueva centralidad, la posible base social de la nueva CDC, parecen ser las capas medias catalanohablantes, mayormente despolitizadas, y que han sido movilizadas recientemente por la ANC (Assemblea Nacional de Catalunya) Omnium Cultural y el Procés. La crisis de régimen en su declinación catalana ha llevado a esas capas medias –ahora en posición inestable– a una radicalización independentista, en parte porque el propio Mas y su partido han sabido ponerse delante de esas reinvindicaciones para asegurar su posición hegemónica dentro del nacionalismo.
De esta manera, Convergència –por muchos años CIU– una de las principales formaciones del sistema de partidos surgido de la Transición, que participó directamente en la redacción de la Constitución y en la creación del estado autonómico, se apresta a usar su impugnación de esos mismos pactos para sortear el declive que afecta al resto de partidos del régimen. Podemos decir que Pujol pagó con dos años y medio en la cárcel la legitimidad antifranquista que le permitió crear CDC, y que Mas ha querido fraguarse una fama de “antisistema” como sepulturero del régimen del 78. Una que le sirva para consolidar la nueva formación que puede así dejar atrás una marca totalmente desgastada. Desde luego, en España, sin el marco “radical” de la independencia, es difícil que los partidos del turnismo puedan auparse en la ola del descontento, quizás apenas mostrarse como atravesados por ella, mediante vagas promesas de transparencia y medidas anticorrupción.
Abrazo del oso a las reinvindicaciones sociales
Para un partido que se aprestó a aplicar los más salvajes recortes ante los primeros atisbos de crisis, y que firmó la reforma laboral del PP, e incluso la ley de Estabilidad Presupuestaria que permite al gobierno central intervenir a las comunidades, parecer más progresista no es baladí
Para un partido que se aprestó a aplicar los más salvajes recortes ante los primeros atisbos de crisis, y que firmó la reforma laboral del PP, e incluso la ley de Estabilidad Presupuestaria que permite al gobierno central intervenir a las comunidades, parecer más progresista no es baladí. El Procés le ha ofrecido a CDC la oportunidad de mover su discurso también en el terreno económico. La crisis fiscal que atenaza a toda la periferia de la zona euro y que ha puesto en guardia a todas sus regiones excedentarias, junto con el movimiento soberanista catalán, le han permitido cumplir con su sueño de siempre: desplazar el conflicto vertical (los de arriba contra los de abajo) por el horizontal (entre naciones). De repente, toda reivindicación social es justa; toda demanda de mayor gasto público, pertinente. Incluso contradiciendo toda la historia anterior de las políticas convergentes en Barcelona y Madrid. Pero no nos precipitemos con las celebraciones: justa y, naturalmente, aplazada sine die. Abrazada y aplazada a la vez: la culpa, siempre de España. En este marco, las transferencias fiscales interterritoriales son las que impiden unas transferencias fiscales entre catalanes contra las que CDC ha militado una y otra vez. Y que ahora tiene el desparpajo de prometer “a fondo perdido” con el aplauso de los que, con lógica aplastante, sostienen que el Procés (cosa buena) sólo podía traer una Convergencia más de izquierdas (otra cosa buena).
Así, los convergentes pueden asumir fácilmente todas las reinvindicaciones sociales que están en el núcleo del descontento de las clases medias amenazadas por la crisis. El estado del bienestar será posible únicamente con un Estado propio. (Marco de fantasía en el que ni siquiera tienen necesidad de cuestionar la actual arquitectura de la UE y su relación con las políticas de austeridad o las privatizaciones.) Para reafirmar su capacidad de definir el tablero en torno a lo nacional –lo progresista aquí y ahora es la independencia–, en el hemiciclo ellos se sitúan a la izquierda mientras que sientan a formaciones como CSQP –Podemos, ICV y EU– a la derecha.
Este terreno de juego no es enteramente nuevo para CDC, y es lo que les permitió diseñar una amplia “convergencia” cuando se creó el partido. Durante la transición, Pujol –que se consideraba socialdemócrata– intentó aglutinar a todo el catalanismo de un amplio espectro ideológico –desde liberales hasta centro-izquierda– para conquistar ese centro, tanto partidos como organizaciones sociales y movimientos. Hoy JxS ha constituido un buen campo de pruebas para la nueva CDC que se reconstruirá con toda probabilidad a partir de un movimiento parecido. “Independientes”, ex-PSC, los escindidos de Unió, además de las organizaciones independentistas –ANC, Sumáte, Reagrupament, etc– integraban la marca. Es probable que muchos sean invitados a formar parte de la nueva Convergència con tal de que la hegemonía siga estando en manos de Mas y las élites formadas en el viejo partido y garantes de la continuidad.
Contra En Comú Podem
Así como JxS se impulsó sobre el miedo a la confluencia de las izquierdas, este movimiento de refundación también se construirá en oposición a ella, a la manera como en la transición CDC se convirtió en el instrumento privilegiado para la contención del empuje de comunistas y socialistas en Cataluña. Ahora, la contraparte a la altura parecen ser los representantes del nuevo precariado y las capas bajas de las clases medias o de su espectro más progresista: el espacio que también está configurándose y en el que confluirán Podemos, ICV, En Comú y EUiA. A juzgar por las declaraciones, actos conjuntos, reconocimientos mutuos dados o no dados, coberturas mediáticas y propuestas de coagulaciones electorales, los del “sí se puede” (Mas lo dice en castellano) parecen ser la amenaza más evidente contra la que se articulan los movimientos convergentes. (Y que estos usan para plegar a sus designios a otros partidos nacionalistas.)
La refundación no representa por tanto un salto al vacío para CDC. Convergencia cuenta con los instrumentos de cultura política para llevarla a cabo. De varias formas se trata de una reposición de sus últimos años setenta. Convergencia es esto: este recorrido, estas claves culturales, este proyecto, estos objetivos de fondo. La refundación es la vuelta a la CDC limpia de polvo y paja. Sin embargo, para acometer todas estas tareas CDC necesita tiempo, mandar y que la esfera pública catalana le compre –por convicción o por el bien del procés– las distintas motos que tienen en oferta, asumiendo así y legitimando el nuevo/viejo proyecto de CDC. Y entre esas motos está el repudio de la hoja de ruta con la que Convergencia se presentó al 27S.
Visto así el Procés no es la causa de la refundación de CDC, puesta ahora en entredicho por el frenazo del primero, ni viceversa. Ambos, el Procés y su revisión, son, en todo caso, las herramientas con las que CDC cuenta para refundarse en un modo perfectamente convergente, en un momento en el que los mapas políticos del Sur de Europa se tambalean. En efecto, el régimen español se recompone y su recomposición empieza en Catalunya si nadie lo impide.
Muchos se han apresurado a certificar el estado terminal del régimen del 78. Pero ni el el 15M, ni la crisis, ni el deseo son suficientes para darle la puntilla al de un sistema de partidos, asentado tantos años ya como duró el franquismo. Los partidos nuevos han conseguido un hueco, pero no...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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