EDITORIAL
La oportunidad perdida de Otegi
20/04/2016
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Arnaldo Otegi es quizá el dirigente de la izquierda abertzale que más se ha esforzado por desactivar la lucha armada de ETA. En secreto primero, hace ya más de quince años, a través de sus conversaciones con el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren; luego en público, con su propuesta de Anoeta de alcanzar una paz negociada. Siempre un paso por delante en el titubeante avance de la organización terrorista hacia el abandono de la violencia. Precisamente por esa condición de adelantado en el proceso de pacificación ha sido decepcionante ver, en el programa de Jordi Évole, a un político cauteloso, incapaz de arriesgar un mínimo paso en la vía de la reconciliación, como si ETA y su entorno hubieran cumplido su deuda con la sociedad por el solo hecho de haber dejado de matar.
Évole planteó una entrevista rigurosa, sin contemplaciones ni complicidades, en un ejercicio profesional que fue un mentís contundente a cuantos le acusaron de servir de plataforma a los filoterroristas. Pasados casi cinco años desde la renuncia de ETA al uso de la violencia y ante el estancamiento de un proceso de paz que tiene todavía pendiente el desarme y la disolución definitiva del grupo terrorista, resulta incuestionable el interés informativo de esta cita con Otegi, después de sus seis años en la cárcel. El conductor de Salvados era dueño solo de sus preguntas, el resto es atribuible a su interlocutor.
Algunas expresiones de Otegi delataron la fragilidad de este proceso de paz que cuenta aún con bastantes detractores en las filas abertzales, por mucho que él lo defina como definitivo, irreversible y estratégico. Hoy, como ayer, Otegi se niega a condenar la lucha armada de ETA: “Si no lo hice cuando mataba, ¿por qué voy a hacerlo ahora?”. A su juicio la condena del pasado entorpece el presente porque refuerza a los sectores que todavía hoy apuestan por la lucha armada.
En un desdoblamiento inquietante, Otegi repite una vez y otra su abatimiento y su conmoción íntima ante crímenes (término que en ningún momento asume) como los de Hipercor, Miguel Ángel Blanco, la casa-cuartel de Zaragoza, al mismo tiempo que inscribe a ETA en la tradición de la izquierda de usar la fuerza para alcanzar el poder y combatir a las potencias coloniales (Vietnam, Argelia, Cuba). Esa desolación interior que dice haber sentido, que por lo demás resulta políticamente irrelevante amén de inverificable, apenas se traduce en una débil petición de excusas por el dolor causado que ya formuló hace tres años y que ni siquiera está dispuesto a repetir.
“Conmovedor”, es cuanto tiene que decir a la pregunta de una hija del asesinado Fernando Buesa. Admite que tenía que haberse terminado mucho antes con la lucha armada, pero se niega a precisar plazos, no vaya a ser que se ofendan sus conmilitones. Y resulta del todo ofensivo que aún hoy apele a las manipulaciones de la prensa y de algunos periodistas para explicar por boca de ETA el asesinato de José Luis López de Lacalle a preguntas de una de sus hijas. Por supuesto, ninguna condena, tampoco una disculpa.
Después de medio siglo de práctica terrorista, con más de 830 muertos en su itinerario, Otegi no puede pretender cerrar este periodo con el empate que proclama entre los crímenes de ETA y las torturas policiales. Sin duda hay tareas pendientes por parte del Estado, y el Gobierno del PP no ha mostrado el menor interés en acelerar el proceso de paz. Pero la izquierda abertzale tiene todavía un largo camino por recorrer para que los hijos de esta generación no hereden la tragedia de sus padres. El exquisito cuidado, incluso la amabilidad que despliega Otegi para hablar de ETA, alimentan el temor de que la fiera tal vez no esté tan muerta como él mismo proclama.
Arnaldo Otegi es quizá el dirigente de la izquierda abertzale que más se ha esforzado por desactivar la lucha armada de ETA. En secreto primero, hace ya más de quince años, a través de sus conversaciones con el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren; luego en público, con su propuesta de...
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