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Uno se pasa la vida intentando ponerle nombre a las cosas, intentando resumir en frases adecuadas lo que le pasa. Y viene alguien y pone esos nombres. Viene alguien y coloca las palabras de tal modo que uno las firma con los ojos cerrados. Con Lucia Berlin (pronúnciese Lusía y el apellido sin acento, advierten al final de su libro) pasa eso. Que su prosa se te agarra al estómago y uno sabe que sin haberla conocido pasó por algo parecido, a kilómetros de distancia. A veces no tan parecido, a veces es idéntico.
Lucia Berlin nació en 1936 y publicó sus primeros relatos en The Atlantic Monthly y en la revista The Noble Savage. Y tuvo, como tantos, varias vidas en una. Limpió casas, trabajó en hospitales, en cárceles y en colegios, tuvo amores que se tradujeron en matrimonios y matrimonios que se tradujeron en divorcios. Amó, leyó y bebió. Como muchos. Por eso su Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara) es el recorrido vital de casi todos nosotros.
Tiene muchas cosas que envidiar más allá de su prosa. Esa capacidad de absorber tantas cosas de los destinos a los que la llevó el trabajo de su padre. Los paisajes, los olores y los colores del Estados Unidos profundo (Idaho, Montana y Kentucky), de México, de Chile y California. Los paisajes, los olores y los colores de sus trabajos, lo que se aprende de algo tan ingrato como quitarle la mierda a otro de su casa y de paso descubrir sus miserias, del olor a desinfectante y muerte de las urgencias de un hospital, de la cárcel. De lo que se siente al cuidar a un familiar cercano que va a morir, el desgaste y el gozo de saber que vale la pena. Descubrir el amor y el placer de una forma inesperada, a una edad en la que muchos no esperan que encuentres, y saber retirarte a tiempo. Sobrevivir a una adolescencia glamurosa en un Santiago de Chile en el que una gringa vive a cuerpo de rey entre caballos y ropa a medida mientras al lado se palpa el horror y la injusticia de otros que no tuvieron tanta suerte.
Lo advierten en el prólogo de su compendio de relatos algunos de los que la conocieron y que parecen hasta sorprendidos de lo que se encuentran en sus cuentos. Es capaz de hacer comparaciones asombrosas, también de evitar el sentimentalismo y de lograr que las emociones penetren como un bisturí. Una especie de masoquismo que te lleva a seguir leyendo, porque gusta y duele. Las idas y las vueltas de una vida con momentos ingratos y adicciones. Berlin es capaz de encontrar luz en pura miseria, en amores y vidas rotas por la droga y el alcohol, en infancias marcadas por el desprecio materno, en familias surrealistas en las que pasa de todo y casi nada bueno como la suya, en vidas que se apagan en una cama de hospital. Y en medio de todo eso, cuando crees que viene la traca final en la que tendrás que echar mano al pañuelo, tira de recursos, de animales y lugares que nunca veremos, o directamente de sarcasmo, para que su relato no pese. Como sarcasmo es el de morir el día de tu cumpleaños. Vaya forma de despedirse, Lusía.
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Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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