ESPECIAL ‘OMEGA’
13. Ciudad sin sueño
Macarena Berlín / Javier Latorre 6/11/2016
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Han pasado casi 20 años de aquella noche en la que Enrique Morente y Lagartija Nick presentaban, por primera vez en Madrid, Omega. Y una joven, proyecto de periodista, se acercaba a la sala La Riviera para descubrir, repleta de curiosidad, cómo sonaba en directo aquel trabajo musical que no dejaba de escuchar en su casa.
La entrada le había costado una pasta para sus posibilidades económicas, pero el esfuerzo merecía la pena. Había invitado a un compañero de trabajo: guapísimo, mucho mayor que ella, al que admiraba profundamente y del que se había enamorado.
Sabía que lo iba a impresionar. Y se quedó impresionado, pero no ante ella. La cita pasó a un segundo plano. Fue el flamenco, el trash metal. Morente, Lagartija Nick, Federico García Lorca. El milagro de la música y el milagro del arte.
No duerme nadie por el cielo,
nadie, nadie, no duerme nadie.
Las criaturas de la luna
huelen y rondan las cabañas.
Vendrán las iguanas vivas
a morder a los hombres que no sueñan.
Suena Ciudad sin sueño, el poema argumentativo hecho música. Un milagro laico. Llega el quejío flamenco del señor Morente, las guitarras eléctricas, el bajo. Y se oyen la ciudad, la deshumanización, las injusticias. La noche. La batería y las palmas rompen el aire.
¡Alerta, alerta!
Escuchamos la vida, la muerte y la esperanza.
Sentí los instrumentos, las palabras lloradas. Estaba viva. Lloré de emoción y descubrí una hipersensibilidad musical que, desde entonces, me acompaña. Había crecido. Cada vez que escucho Ciudad sin sueño, la música me vuelve a tocar el alma.
Lo del chico nunca llegó a nada. Tenía mejores cosas que hacer que salir con una becaria. Nada que reprochar.
Macarena Berlín
Morente convocó a las criaturas de la luna. Olieron y rondaron sus cabañas. Ya sabían que las iguanas vivas muerden a los hombres que no sueñan y decidieron que no durmiera nadie en el mundo. Nadie. Con el corazón roto de ganas, huyeron hacia adelante, por las esquinas, ignorando al increíble cocodrilo quieto y puro, que no a la Lagartija, y haciendo oídos sordos a las no siempre tiernas protestas de los astros creacionistas.
Felizmente no es sueño la vida.
Los muertos de los cementerios lejanos, con un paisaje seco en las rodillas de tanto vivir arrodillados se quejaron tres años, porque no pudieron enterrar el llanto del niño ni siquiera invocando a los perros. Porque el artista debe caer por las escaleras y comer tierra fresca, y subir al filo de la nieve fría con el coro de las dalias muertas para esquivar el olvido y el sueño.
Para ser por siempre carne viva y seguir atando bocas con sus besos, para seguir tejiendo marañas de venas recientes. Porque al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
No duerme nadie en el mundo. Nadie.
Acabaron yendo al muro donde la Lagartija esperaba. Donde tu legado, como dentadura del oso, esperaba
Resucitaste a las mariposas disecadas. Evitaste los paisajes de esponjas grises y de barcos mudos e hiciste brillar nuestros anillos y manar rosas de nuestras lenguas. Los que guardaban huellas de zarpa y aguacero, los que lloraban porque no sabían la invención del puente y los muertos en vida que ya no tenían mas que un zapato por cabeza, acabaron yendo al muro donde la Lagartija esperaba. Donde tu legado, como dentadura del oso, esperaba.
Donde les acarició la mano momificada del niño y su piel se erizó con un violento escalofrío azul. Dejaste un panorama de ojos abiertos, incrédulos, de amargas llagas encendidas.
No duerme nadie en el cielo. Desde que llegaste. Nadie.
El que en la noche tenga exceso de musgo en las sienes, que abra los escotillones de tu obra para que pueda ver bajo la luna las copas falsas, el veneno y la calavera del flamenco.
Que no duerma nadie en el arte. Nadie. ¡Alerta!
Javier Latorre
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Desde hace siete años, escucho la madrugada de Hablar por hablar en la Cadena SER. También espero a Gemma Nierga, habitualmente, en las mañanas del Hoy por hoy.
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