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Crónica parlamentaria

Autores, actores y gentes de mal vivir

Comienza en el Congreso la subcomisión para la elaboración de un estatuto que atienda viejas reivindicaciones laborales de los creadores y artistas

Miguel Ángel Ortega Lucas 25/02/2017

<p>Fotograma de la película 'El viaje a ninguna parte' de Fernando Fernán Gómez </p>

Fotograma de la película 'El viaje a ninguna parte' de Fernando Fernán Gómez 

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“Pero, ¿dónde está el maná de los cómicos, en qué tierra caerá que sea nuestra, si nosotros no somos de ninguna parte?”, se preguntaba el personaje de José Sacristán en la obra de Fernando Fernán-Gómez El viaje a ninguna parte. Y es cierto: los cómicos suelen ser de ninguna parte, por ser de todas a la vez. A qué patria legislativa acogerse, entonces, si lo suyo (lo del juglar, lo del pintor, lo del contador de historias) perteneció siempre al camino; qué privilegios disfrutar, y sobre todo qué diezmos rendir, si su oficio siempre fue cosa de los márgenes y su sustento, su maná improbable, dependió siempre de la fortuna, no de la plaza fija [en la mayoría de los casos, claro: que siempre ha habido clases, hasta entre los desclasados].

No es literatura, no es un planteamiento romántico de la peor especie: el de los gremios creativos –en España y en todas partes– siempre fue y será, salvo excepciones, un oficio inestable y volátil por definición; en los tiempos de Velázquez y en los de la fibra óptica. Quien se la juega a ejercerlos bien lo sabe de antemano, y nadie le obliga a ello. Pero también es cierto que en nuestro país hay ciertos vacíos o contrasentidos burocráticos y legales que hacen estos trabajos más difíciles, más precarios, más desamparados en comparación con cualquiera otros. Empezando por el hecho de que cuesta, todavía, que se les considere estrictamente como eso, como un trabajo (según el DRAE, en su segunda acepción: Ocupación retribuida).

El pasado 15 de febrero se constituyó una subcomisión en el Congreso de los Diputados, con representación de todos los grupos parlamentarios, con el fin de elaborar un informe (llamado inicialmente estatuto del artista) que recoja las impresiones de diversos sectores de la creación cultural (profesionales de las artes escénicas, la música, la literatura, la pintura, la ilustración, etc.), y, a lo largo de los próximos meses, poder dar respuesta legislativa a sus vindicaciones, fundamentalmente en el aspecto fiscal, el de la protección social y el sindical.  

“Nuestro trabajo va a ser intermitente siempre; no por una coyuntura económica o política determinada; ahora y en la mejor de las sociedades”, explica a CTXT Iñaki Guevara, secretario general y de organización de la Unión de Actores y Actrices. “Es bueno que sea así porque ayuda a la creación”, añade. Lo que sucede es que la legislación española sólo parece contemplar “la actividad laboral continuada”. “Nosotros planteamos algo que en Francia lleva vigente desde 1920”. La palabra clave es ésa, intermitencia. Uno de los conceptos que vertebran los reclamos de todos los colectivos culturales y que recoge asimismo la propuesta elaborada por la Unión de Actores para presentar por su parte en la subcomisión.

la legislación española sólo parece contemplar “la actividad laboral continuada”

Dicho texto propone, por ejemplo, una modificación del artículo 14 de la Ley del IRPF que establezca que “los rendimientos del trabajo derivados de la creación de obras artísticas se imputen en un periodo temporal mayor al año de manera progresiva” (por ejemplo, “en torno al 60%” el primer año posterior, un 30% el segundo y un 10% el tercero”). Se trataría así de equilibrar las “grandes diferencias de renta” que pueden darse de un ejercicio a otro: un actor (también cualquier otro trabajador cultural) puede tener un año de mucho trabajo (ergo, de ingresos) y todo lo contrario al siguiente, con la inseguridad que esto genera; de esta forma se paliaría el desajuste dotando de mayor estabilidad económica a este tipo de contribuyentes.

Otra de las medidas sería establecer un sistema propio y opcional de cotizaciones (Sistema de Intermitencia), al margen del de autónomos y del general. Las cotizaciones participarían del general hasta el momento en que el trabajador cumpliera un requisito: contar con 507 horas trabajadas en los 319 días anteriores al fin del contrato (y para las cuales se tendrían en cuenta distintos baremos). Se propone que, con ello, el trabajador tenga derecho a recibir una prestación por desempleo –inexistente para los autónomos– que dependería del salario mínimo general, el salario mínimo de intermitencia y el número de horas trabajadas, de una duración máxima de 150 días. El texto contempla otras “opciones de subsistencia” para quienes no cumplieran con tal número de horas, y emplaza a una revisión del acceso a las pensiones de jubilación, que, entienden, “debe ser regulado por la Tesorería General de la S. S.” (también quedarían por atender otras cuestiones como la baja por maternidad).

Otra de las medidas sería establecer un sistema propio y opcional de cotizaciones (Sistema de Intermitencia), al margen del de autónomos y del general

Se trata de medidas similares a las presentadas ya el pasado septiembre en el Congreso por los diputados nacionalistas catalanes Carles Campuzano y Francesc Homs Molist, a las que añadían otras como reducir el tipo fijo de retención del IRPF en las relaciones laborales especiales de artistas del 15 % al 7% y reformar el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) para establecer asimismo un sistema de cotización progresivo “que posibilite la cotización en función de los ingresos reales”.

Javier Maroto (PP), que se reunió recientemente con este colectivo, considera que lo propuesto son cuestiones “razonables” y de “sentido común” que el Gobierno debería “asumir como compromiso que llevar a cabo”; “recoger todas estas propuestas como modelo estratégico y productivo” porque la cultura no debería ser “la maría” de las materias legislativas. Se suele recordar tanto, desde los colectivos culturales, el modelo francés, porque en Francia sí se considera la cultura una cuestión de Estado que repercute en el bien común y debe quedar al margen de la guerra de guerrillas partidista.

Maroto hizo especial hincapié en que se trata de “trabajadores”. “No queremos un tratamiento especial”, dice Guevara: “sólo que tengamos los mismos derechos”, que la naturaleza excepcional de estos trabajos no garantiza. ¿Confían en que puedan conseguir finalmente lo que piden? “Hay esperanza, pero han sido muy duros” hasta ahora, responde. Se refiere a la política cultural del gobierno de Rajoy: probablemente la más demoledora de la democracia en esta materia, con medidas como el 21% de IVA aplicado al cine y los espectáculos en directo.

En 1980, la Unesco aprobaba una recomendación en que instaba a los gobiernos a promover la actividad cultural y “defender y ayudar a los artistas” en los aspectos materiales, pues su trabajo ayuda a forjar “una sociedad más humana y más justa, una vida en común pacífica y espiritualmente rica”. Nacho Vegas y Roberto Herreros escribían hace poco en esta revista: “¿Cómo debe posicionarse un gobierno con respecto a la cultura?: de ninguna manera. Limitándose a garantizar el libre acceso a ella de toda la ciudadanía [...] y bloqueando cualquier intento de tutelaje cultural”. En una línea similar, Iñaki Guevara opina que las instituciones “no deben controlar, pero sí estimular, legislar para que se dé el caldo de cultivo” necesario, “invertir en los ámbitos adonde no llega la iniciativa privada”, y pone como ejemplo el “valor social” que pueden aportar a los barrios las salas de teatro alternativas (en Madrid “se produce el 52% del teatro de todo el Estado”, explica, pero su Comunidad da unas ayudas mucho menores que Cataluña o Euskadi).

Seguir (o no) creando

Dijo Larra, famosamente, que escribir en Madrid es llorar, pero ese llanto metafórico resulta aplicable a todo el país, y a cualquier actividad que tenga que ver con el arte. [“De dónde procederá esa ancestral sospecha hispánica por las actividades relacionadas con la creación (como si hubiera que purgar con la pobreza el hecho de trabajar en cosas presuntamente artísticas como escribir, aunque sea sobre el ministro de Hacienda)...”, nos preguntábamos hace poco a cuenta de la profesión periodística.]

Escribir, sí, continúa siendo en España una actividad romántica –por aquello del tiro en la sien–. El escritor y editor Manuel Rico ejerce actualmente la presidencia de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), que el pasado diciembre convocó una multitudinaria reunión con asociaciones del sector de todos los puntos del país. Emergió de ésta un documento con 15  Propuestas para una política en defensa de la labor profesional del escritor (y otras tantas referidas a la industria del libro respecto de los autores). Entre ellas, la ya mencionada de adaptar el régimen de autónomos “a las características del trabajo del escritor [de nuevo, la intermitencia] en aquellos casos en que éste opte por el desarrollo de su labor bajo ese régimen”, y otras de calado respecto a la Ley de Propiedad Intelectual y a ciertos derechos laborales siempre en la difusa frontera de lo abstracto (“Exigencia de remuneración del trabajo del escritor en los medios de comunicación, sean digitales o en soporte papel. Los artículos y otro tipo de colaboraciones realizadas en diarios y revistas han de tener siempre una compensación económica”).

Respecto al régimen de autónomos, se trataría de posibilitar a aquellos autores que vivan (o lo intenten) tanto de sus libros como de colaboraciones, conferencias, etc., un sistema con “tarifa plana”, nos cuenta Rico. “Como ocurre en Francia”, de nuevo, donde asciende (desciende) a 44 euros. Si al final del ejercicio se ha ganado más, se paga en consecuencia; de esta manera se garantiza la cotización. El autor, así, “podría dedicarse más a crear y no a pensar en cómo llegar a fin de mes”.

Respecto al régimen de autónomos, se trataría de posibilitar a aquellos autores que vivan (o lo intenten) tanto de sus libros como de colaboraciones, conferencias, etc., un sistema con “tarifa plana”

Con los derechos de autor siempre se han dado escenarios curiosos: a pesar de lo mal que España ha tratado históricamente a sus creadores, una vez la obra se convierte en Obra mayúscula pasa automáticamente al patrimonio universal: Cervantes se moría de hambre pero el Quijote se convirtió en dominio público; sin embargo, “en la misma época”, dice Rico, ya existían los duques de Alba y sus propiedades siguen siendo un bien patrimonial heredado familiarmente durante generaciones. Hoy en día, se da la situación (kafkiana) de que Javier Reverte o Forges tengan que elegir entre la pensión o seguir trabajando y cobrar sus derechos, pero sus herederos sí podrían trabajar y heredar esos derechos de autor a la vez.    

Es lo que sucede tras aprobarse el Real Decreto Ley 5/2013 del Gobierno de Rajoy, que permite trabajar a los jubilados de actividades artísticas y compaginarlo con su pensión, pero sólo cuando los ingresos por esa actividad sean inferiores al salario mínimo: “Si se supera ese importe”, explican en la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), “el creador puede renunciar al 50% de su pensión y percibir los ingresos que le correspondan por su actividad cultural o sus derechos de autor sin límites. El problema radica en que la gran mayoría de los creadores, que perciben pensiones entre los 600 y 800 euros tras cotizar como autónomos toda su vida, no pueden permitirse renunciar al 50% en enero sin tener la certeza de que su trabajo creativo va a obtener beneficios económicos a lo largo del año”.  

Forges, Reverte y muchos más artistas, músicos, autores de todos los ámbitos conformaron recientemente la plataforma Seguir creando, con el fin de que cualquier profesional de la cultura pueda seguir haciéndolo “de forma remunerada después de su jubilación sin dejar de percibir una pensión a la que contribuyeron durante su vida activa, algo que la ley prohíbe desde el año 2013” [en este vídeo lo explican todo ellos mismos]. 

Valor y precio

Hay una cuestión que rara vez se tiene en cuenta al hablar de estas profesiones: eso que podríamos llamar los intangibles: “imposible calcular”, dice Manuel Rico, ponderar económicamente, el tiempo y la energía (el insomnio) que alguien puede invertir en escribir un ensayo sobre la poesía del Siglo de Oro, o componer una canción. Algo que puede variar entre “los diez minutos” y “un año” (o más). Pero, ¿qué clase de dementes son capaces de sacrificar tanto por algo tan etéreo, sin saber además si le pagarán por ello un maravedí?

“La vocación te lleva a aceptar condiciones laborales duras pero también te mantiene vivo casi siempre”, dice Iñaki Guevara. “El 70% de los actores [y la inmensa mayoría de los cantautores, y de los ilustradores, y de los...] tiene que trabajar en otra cosa”; más aún desde el comienzo de la crisis, aunque estos oficios siempre estuvieron en ella. “Gente que hace sus cosas pero que no puede dejar de poner copas o estar de dependiente en una tienda, o impartiendo clases. ¿Qué te mantiene ahí? Que sabes que no puedes dejar de hacerlo, como el escritor no puede dejar de escribir o el pintor de pintar”. ...Vas a crear ciego, mutilado, loco –escribió Bukowski– /vas a crear con un gato trepando por tu espalda mientras /la ciudad entera tiembla en terremotos, /bombardeos, inundaciones y fuego...

“El 70% de los actores [y la inmensa mayoría de los cantautores, y de los ilustradores, y de los...] tiene que trabajar en otra cosa”

“No hay ningún actor que no quiera currar todos los días; yo al menos no conozco a ninguno”. Currar, dice Guevara. “Eso es más que vocación; es ser gilipollas”, bromea: “No habrá nadie que diga: cómo me gusta mucho, voy a hacerle a usted una tubería gratis”. Y quizás de aquí provienen, en parte, los viejos recelos en torno a considerar un trabajo estos oficios: que, por ser tan vocacionales, la gente tienda a creer que no suponen un esfuerzo [hasta el mismo Luis Eduardo Aute nos contaba una vez que no considera el componer y escribir y pintar todo el día un trabajo, porque para él dicha palabra está relacionada con “el mal rollo” y tener que madrugar].

Pero lo es; es un trabajo que, precisamente por cumplir generalmente una obsesión, suele excluir también las horas libres y las vacaciones y las fiestas de guardar. El problema, de nuevo, es ponderarlo: cuantificarlo dignamente, en unos tiempos en que lo que no produce un beneficio material parece no importar; pero en los que –¿no es verdad, ángel de amor?– nadie podría “vivir sin música”; ni sin poemas de Alejandra Pizarnik, o cuadros de Picasso, o Casablanca. Si tenemos eso en cuenta, quizás el precio de un disco (de cuando se compraban discos...) nos parezca una broma en relación a lo que recibimos de él, porque seguimos poniendo un precio ridículo a cosas de valor incalculable. (Y, decía Machado, todo necio / confunde valor y precio.)

La subcomisión del Congreso deberá, durante los próximos meses, escuchar a todos los colectivos y elaborar un informe lo suficientemente completo y riguroso, que traducir en ley, para comenzar a mejorar la situación de todas esas gentes de mal vivir –pintores, juglares, poetas, bailarines...– consagrados a que otros tengan una vida algo mejor. (Si eso no es un trabajo, que baje Tolstói y lo vea.)   

 

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Autor >

Miguel Ángel Ortega Lucas

Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.

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