Novela por entregas
García contra la España zombi (y XXV)
Capítulo 25, en el que recogemos, que es gerundio, y la nornalidad vuelve a su subnormalidad habitual
Guillem Martínez 30/08/2016
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Resumen de lo publicado: Una novela.
Al salir de la Ciudad Prohibida nos topamos con Rivera, con aspecto humano, desorientado y sentado sobre un bordillo.
--Hombre, Rivera.
--¿Nos conocemos?
--García. Nada, un periodista cutre, que trabaja en agosto. Tuvimos un encuentro este verano. Le presento a mi padre, el señor García.
--Encantado. Miren, me da apuro pedirles esto, pero estoy desorientado y sin móvil, y he visto que alguien me ha vaciado la cartera. ¿Les importaría prestarme, no sé, 20 euros para un taxi, por favor?
Rebusqué en mi bolsillo de la suerte. Encontré 3 euros con 45. Se los dí.
--Lo siento, sólo tengo esta mierda. Tómeselo como un complemento salarial.
Rivera, en efecto, se lo tomó como un complemento salarial. Es decir, me tiro el dinero a la cara y juró en arameo. Llámenme sentimental, pero me gustaba más el Rivera zombi.
Ya en el OVNI de mi padre ----tenía forma y aspecto de un Seat Toledo, con la última ITV de 1996---- fumamos con las ventanillas abiertas, mientras papá me explicaba lo que había pasado.
--La Ley Señor Spock, o directriz espacial, es sagrada. No puedes tocarla, no puedes realizar cambios o intervenciones en ningún planeta que afecten a su futuro. Pero como sucede con toda dura lex sed lex, puedes mangonearla. Y eso es lo que he hecho. No he eliminado el virus zombi. Símplemente lo he modificado. Los zombis, ahora, son licántropos. Sólo tocarán los huevos en luna llena.
--¿Todos los zombis son licántropos, incluso los que se peló Estadella?
--Toditos. Incluso los intelectuales de Tu Puta Madre Feliz I. No he podido hacer nada al respecto. Lo siento.
--¿Y yo? ¿Estoy a salvo?
--Bueno, el rey te querrá hincar el diente, seguro. Te aconsejo que lleves siempre una pelota de tenis en el bolsillo. Nadie lo sabe, pero cuando le tiras una pelota a un licántropo, se puede pasar la noche devolviéndotela. Son cansinos. Ah, es posible que, cuando recuperen la memoria, en cuatro o cinco minutos, los exzombis y hoy licántropos te retiren la acreditación del Congreso. Pero tranqui, ya te iré colando.
Aparcamos en doble fila, mi padre invisibilizó el OVNI/Toledo y subimos a casa. Al entrar en ella, noté un calor extraño y un olor a leche, sangre y jazmines. No había duda. Quimetta había vuelto. Quimetta ha vuelto, y el gato dejará de maullar, me dije, como Lowry, otro tipo que en su vida tampoco había tenido un gato. Habría venido con los niños, pues en la nevera había colgados diversos dibujos, con corazones, del zombi Rivera y de ellos, jugando en el parque acuático. La derecha española, en fin, trabaja bien a largo plazo. Quimetta apareció en la cocina. Tenía el aspecto dulce y relajado de una italiana zen del Norte.
--Pssss, los niños están durmiendo.
--¡Quimetta, has vuelto!
--Claro. ¿Dónde quieres que vaya? Te quiero. ¿Y este quién es? --dijo, señalando con las pestañas a mi padre.
--Te presento al Señor García, mi padre.
Quimetta le repasó de arriba a abajo, luego me miró de arriba a abajo a mí, con escepticismo.
--España estaba llena de zombis, te volverías zombi en 28 días y, ahora, este joven es tu padre. Eres lo peor. Pero no cambiarás nunca. Da igual, dile a tu amiguito de juergas que se quede, que he pedido comida a un chino.
--Me gusta tu chica --dijo mi padre--. Me recuerda a tu madre. Una fresca.
En eso llamaron al timbre. Era la comida a domicilio que había pedido Quimetta. Al abrir la puerta, me encontré de narices con el Señor Chang.
--¡Señor Chang! ¿Qué hace aquí?
--Homble, Galcia. Pues nada, que cuando escuché que había un pedido a la Calle Desencanto, 12, me dije coño, esa es la antaño lesidencia madlileña de Pi i Malgall y, me dije, allí que voy, a metel la naliz. ¿Quién no quiele sabel más y más de Pi i Malgall?
--Pase y quédese a cenar, hombre.
--No le dilé que no. En casa de helelo, cuchillo de palo. Con tanto culo con los zombis, llevo días sin comel, y gasto más hamble que un maestlo de escuela dulante la levolución cultulal.
El Señor Chang pasó hasta el comedor. Le presenté a Quimetta y a mi padre.
--Señola, me recuerda el haiku de Li--chi Chun--go que, disculpe mi tradulción aplesulada, señala que "las blumas se disipan / la glulla alza su vuelo / y mi novia está que cluje". Respecto a usted, Señol Galcía, no le aliendo la ganancia. Sel padle de un indocumentado es jodido. Le contlaté de flegaplatos hace un año, y aún es el día que le vea con un estlopajo en extlemidad superior.
--Es un buen tipo, Chang. Pero se le frió el celebro leyendo a Bob Black. Los jóvenes son así.
--Black es un plomo, pero tiene más lazón que un santo cuando afilma que el tlabajo no dignifica. El tlabajo es una puta mielda. Es como la vejez. Si no fuela polque no podemos elegil, selía lo peol. La vida es una bloma cutle. Y, pala acabalo de lial, más del 50% de la vida no es vida, sino tlabajo, políticos tocándote la huevela, y dicusiones cholas con honolable esposa o esposo.
Aquí, el señor Chang dijo un taco en cantonés. Luego, prosiguió.
--La vida, en fin, no vale nada. Pelo nada vale la vida. En cantonés suena mejol: Claato Barada Nikto.
Mi padre levantó su copa de spritz.
--Claato Barada Nikto.
Uno por uno, todos alzamos nuestra copa de spritz y repetimos el aforismo chino. Y bebimos. Luego nos pusimos a la mesa. Hablamos de la vida y, en un momento dado, de zombis.
--Es culioso. El zombi es la última incolpolación al telol ficcional de Occidente. No son nada del otlo jueves. Las histolias de zombis coinciden con algunas de las funciones nalativas del estluctulalista ruso Propp, que tanto comió la oleja al eglegio teólico de la litelatula Barthes. Sea como sea, el zombie apalece por plimela vez en una peli mangui de los 70's del siglo XX. Un tluño. Pleviamente, solo existía en el folclole de la isla de Haití. Nació como una leyenda posteliol a la independencia y a la esclavitud. Según ella, un blujo vudú podía echalte polvos chungos en la naliz, momento en el que peldías la conciencia, te volvías majala, sin voluntad, y el brujo podía explotalte y hacelte tlabajal todo lo que quisiela.
--Es el terror al trabajo asalariado, ese esclavismo.
--O no. Es el terror a perder el dominio de tu vida.
--O no. Es el terror a que te manden y no lo sepas.
--O no. Es el telol a vivil en el inflamundo, en pleno mundo.
Quimetta tomó la palabra.
--Tal vez sea el terror, sencillamente, a ser un muerto viviente. A que te traten como un muerto. A que la vida y la muerte no se diferencien. A que en el mundo convivan vivos y muertos, y que tú integres el bando de los muertos. A trabajar para pagar facturas, a votar para que hagan con tu voto lo que quieran. A alimentarte, incluso, de los otros, que son como tú y con tu misma alma. Es el terror a la barbarie, a la brutalidad. A que nada pueda cambiarse, pues la opinión de un muerto no cuenta. A no poder, ni siquiera, decirlo. A la nada. Es el terror a ser una mercancía, además, inútil. Es el terror, incluso, a dejar de ser un zombi y volver a tener vida. Incluso en tu propia casa.
Besé a Quimetta, como solo besan en el planeta Morreos. Luego, mi padre empezó a hablar de maravillas espaciales. Del Planeta Cosquillas, creo. Era feliz. Ni siquiera pensé que, en pocas horas, si mi padre me conseguía el pase fake, estaría en un parlamento zombi, viendo como zombis votaban a un presidente zombi y para zombis.
FIN
Resumen de lo publicado: Una novela.
Al salir de la Ciudad Prohibida nos topamos con Rivera, con aspecto humano, desorientado y sentado sobre un bordillo.
--Hombre, Rivera.
--¿Nos conocemos?
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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