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- ¿Y ustedes de que equipo son?, pregunta sin que venga a cuento el camarero de Las Violetas, confitería insignia situada en una de las esquinas más típicas del barrio de Almagro en Buenos Aires.
- De River, respondemos.
- Por lo menos se los dieron por ganado, ¿no?, comenta, sin saber que el hincha de la familia -9 apasionados años- se ha quedado en casa haciendo la tarea de matemáticas, bastante impresionado todavía por haber visto el 14 de mayo por televisión cómo varios jugadores del equipo de sus amores eran rociados con gas pimienta en La Bombonera, el estadio mítico de su archirrival, Boca Juniors. ¿Qué tiene que ver el espíritu deportivo con eso?
Hace nueve días que la calle no habla de otra cosa: la suspensión forzosa del superclásico entre Boca y River por el pase a cuartos de la Copa Libertadores, cuando el equipo blanquirrojo ganaba por 1 a 0, pero restaba jugar el complemento. La agresión, por la cual se imputa hoy a 11 personas asociadas con la barra brava de Boca aunque se cree que los responsables trepan a 16, fue dentro de la manga que va del vestuario visitante al campo, mientras los jugadores reingresaban después del entretiempo.
Por el nefasto episodio (todas las portadas de periódicos locales que informaron del hecho usaron la palabra "vergüenza"), se suspendió el partido, River pasó a cuartos de la Libertadores y Boca recibió una multa de 200.000 dólares y la prohibición de jugar con público sus primeros cuatro partidos internacionales como local y de vender entradas en los primeros cuatro como visitante. Además de empezar a procesar la indignación de muchos hinchas del propio Boca, que intentan lograr el cambio de carátula judicial -"lesiones leves", en la actualidad- por una calificación de pena mayor, para que los responsables no puedan ser excarcelados y el club como institución deje de pagar por las bravuconadas de algunos.
Es Argentina y aquí el fútbol nunca fue solo un deporte. Al simpatizante de pasión sincera por la camiseta que hace a sus hijos hinchas del club apenas nacidos, también se suman los negocios, la política y los negocios de la política. "Hace por lo menos 15 años que se mantiene esta estructura violenta", declaraba el jueves en un programa televisivo Mariano Bergés, ex juez de instrucción cuyas decisiones determinaron la paralización del torneo Apertura en agosto de 2013, a raíz de la violencia registrada en La Bombonera durante un partido que Boca jugó contra Chacarita.
Prueba tácita del dejar hacer que el Estado asume ante los violentos del fútbol, marcaba el exmagistrado, es que estando en la cancha el día del superclásico el subsecretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, y arriesgándose la integridad de los futbolistas sobre quienes llovían objetos contundentes (además de que los de River ya habían recibido su baño tóxico), se esperara dos horas y la definición de la Conmebol, organizadora de la Copa, para suspender el partido. Todo esto a pesar de que -según Berni- se había desplegado en La Bombonera a más de 1.000 agentes policiales y el operativo de seguridad había sido "exitoso" a su juicio. "En la práctica una decisión de seguridad nacional se tomó en el extranjero", marcó Bergés.
La relación entre política y fútbol se evidencia en la Argentina por la participación de muchos funcionarios, sindicalistas y políticos en el manejo de los clubes, algo infrecuente en otras latitudes. El sayo le cabe al oficialismo y a la oposición por igual.
Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de ministros de Cristina Kirchner y precandidato a la gobernación de Buenos Aires es presidente del Quilmes Atlético Club. Uno de los candidatos con posibilidades para las presidenciales del 25 de octubre es Mauricio Macri, opositor de derechas, actual jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, quien debe gran parte de su popularidad al hecho de haber presidido Boca Juniors entre 1995 y 2008. Algunos analistas políticos llegaron a especular que si el escándalo del superclásico hubiera crecido (con heridos entre los hinchas, por ejemplo) las oportunidades presidenciales de Macri habrían sufrido algún impacto.
El manejo del fútbol también seduce al sindicalismo. Hugo Moyano, secretario general de la CGT opositora, es otro ejemplo. Tiene desde 2012, según consignó el diario La Nación, distinto grado de influencia en cinco clubes: Independiente, Alvarado, Comunicaciones, Barracas Central y Camioneros.
Hieren todavía las imágenes del plantel de Boca aplaudiendo a la hinchada al salir de la cancha (se justificó el gesto por miedo a represalias) y las declaraciones poco felices de su DT, Rodolfo Arruabarrena, hablando de "valores" para criticar a River (que aceptó pasar a la rueda siguiente sin completar el partido) y condenar la decisión de la Conmebol.
La investigación en marcha pone el dedo en la llaga de un tema irresuelto. Lo que se va sabiendo con el correr de los días confirma las hipótesis de Gustavo Grabia, periodista de Olé y autor de La 12, una investigación sobre la barra brava de Boca y uno de los hombres que más conoce las relaciones de las barras argentinas con el delito común -en el caso de La 12, algunos de sus más conspicuos miembros pasaron por la cárcel por secuestro extorsivo, asesinato y robos bancarios, entre otros delitos- y con la política -la hinchada de Almirante Brown, por ejemplo, trabaja hoy con el intendente de La Matanza y el oficialismo kirchnerista, un vínculo que se aceita gracias a los planes sociales-. Nunca se sabe, parecen razonar nuestros líderes, cuándo se puede necesitar que alguien te cuide las espaldas, "apriete" al contrario o "aguante" una posición territorial.
El origen de la agresión al plantel de River debería buscarse en tensiones internas de La 12 (elegida en marzo por la revista francesa So Foot por el fervor con que alienta a sus jugadores como "la mejor hinchada del mundo") y en el malestar que sintió parte de la barra de Boca por quedarse fuera del negocio del Superclásico. Un botín conformado por el dinero de los negocios ilegales que se arman alrededor del estadio durante los días de partido y que son manejados por la barra, con cierta connivencia policial. Para muestra, un botón: el dinero que proviene solo del estacionamiento callejero no reglamentado y manejado por los llamados "trapitos" superaría por partido, en promedio, los 100.000 euros. A eso habría que sumar la venta de merchandising ilegal, los puestos de comida, etcétera.
Diversificado como está, el negocio barrabrava explotaría en Buenos Aires el folclore futbolero hasta extremos insospechados y cosmopolitas. Un turista cualquiera puede por un puñado de dólares vivir la experiencia extrema del Adrenalina Tour: participar de la previa desde cuatro horas antes del partido con la barra brava de Boca; ver el juego con los capos de la barra en la segunda bandeja del estadio sobre los vestuarios visitantes; comer el "choripán" de rigor (un bocadillo de chorizo fresco cocinado a las brasas) y beber la gaseosa diluida típica de las canchas argentinas, para subirse luego del partido a las combis que los condujeron allí.
Toda cultura es reflejo de la sociedad en la que se gesta. Cuando la imagen que devuelve el espejo no gusta -porque habla de nuestros temores, de nuestra oscuridad o flaquezas- la solución no es romper el cristal. Vale también para el fútbol, sus bellezas y ceremonias. Somos esto -más violencia que fiesta- hasta que decidamos privilegiar el deporte y la ley, y empecemos a ser algo distinto.
- ¿Y ustedes de que equipo son?, pregunta sin que venga a cuento el camarero de Las Violetas, confitería insignia situada en una de las esquinas más típicas del barrio de Almagro en Buenos Aires.
- De River, respondemos.
- Por lo menos se los dieron por ganado,...
Autor >
Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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