La agonía del mediapunta
De fines y medios
Lo feo se torna precioso. La supuesta vulgaridad, religión. Igual esperaban que la nación atlética anduviera apesadumbrada por la sufrida manera de obtener el visado hacia el partido más bello
Emilio Muñoz 4/05/2016
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Horas antes del partido pontificó Guardiola, desde su púlpito de creador de todo lo visible y lo invisible, que no hay fin que justifique ciertos medios. Lo aseguró apoyándose a modo de muleta en las opiniones que desde un buen número de rincones del planeta fútbol, Catar incluido, se vertieron para restar mérito al hecho diferencial rojiblanco. Pep disfrazó sus palabras con esa humildad tan soberbia con la que se conducen los niños a los que les han dicho demasiadas veces lo guapos y listos que son. Es de imaginar que hoy, dado que ayer el partido terminó tarde para los horarios que se manejan allende los Pirineos, subirá al despacho del visionario Rummenigge para explicarle lo mal que juega el Atleti. Tal vez debatan sobre jardinería, quién sabe.
El triunfo del fútbol feo, dicen. La cohorte de guardianes de la pureza estética balompédica proclama al unísono que la segunda final de Champions del Atleti en tres temporadas empobrece la competición. La vulgariza con su presencia. No repararán en que la exuberancia de la propuesta del Bayern agranda más la leyenda de su rival. Tampoco admitirán que cuando más temible se mostró el equipo bávaro fue cuando decidió copiar el libreto de los colchoneros para aderezar con intensidad y fiereza su juego. Llenos de manoseados principios, vuelven a tirarse de los pelos al ver caer al inventor por el mismo barranco por el que cayó Luis Enrique, uno de sus delfines, hace unas semanas.
Se rebate a Maquiavelo con un balón de por medio sin aclarar que, desde hace ya algún tiempo, estos cátaros del fútbol de salón desprecian cualquier otro camino que se separe del suyo. El de la verdad auténtica a sus ojos. Sangran por los estigmas al ver cómo los infieles conquistan sus sagrados lugares aupados en un gigante esloveno que para lo posible y detiene lo imposible en dos tiempos. No son capaces de descifrar las sendas hacia la belleza si se transitan con los dientes apretados y la camiseta empapada en sudor. Se comenta que transpiran agua de rosas además de mear colonia.
Mientras todo esto sucede, en esta oscura orilla se celebra la gloriosa restitución del nombre de nuestros mayores, caídos honorablemente en Bruselas cuando a los estadios se iba de traje. La fe y el trabajo a destajo reciben su premio en forma de billete hacia el sueño más grande. Lo feo se torna precioso. La supuesta vulgaridad, religión. En el horizonte se distingue el fin y Simeone despliega sus medios, que son hermosísimos a entender de tantos. Lo mismo se esperaban, tras lo de Múnich, que la nación atlética anduviera apesadumbrada por la sufrida manera de obtener el visado hacia el partido más bello. Ellos, en su lugar, se sentirían deprimidos por vencer habiendo sido derrotados en el porcentaje de posesión del balón. Reflexionaremos sobre ello y sobre el riego selectivo del césped camino de Milán.
Horas antes del partido pontificó Guardiola, desde su púlpito de creador de todo lo visible y lo invisible, que no hay fin que justifique ciertos medios. Lo aseguró apoyándose a modo de muleta en las opiniones que desde un buen número de rincones del planeta fútbol, Catar incluido, se vertieron para restar mérito...
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