Barcelona, 21 de marzo del 2016

Queridos amigos,

Aquí estoy de nuevo con algunas noticias del valiente y hermoso Darío. El viernes tuvo un control del tratamiento tras la quimio del lunes pasado. Nos dijo el oftalmólogo que los tumores parecen haber disminuido un poco, lo cual es buen signo, pues nunca se espera que lo hagan tras una primera dosis. Así que ello nos llena de optimismo. Se descubrieron también ciertas alteraciones en la retina, no se sabe si por el cáncer o por el tratamiento, pero hoy por hoy es demasiado temprano para especular sobre sus implicaciones futuras.

Entre la quimio y el control nuestra semana estuvo bastante ruda. La reacción secundaria a los fármacos administrados directamente en sus arterias oculares fue inusitadamente fuerte: vómitos y náuseas, inflamación y amoratamiento muy impresionantes de los párpados, sangrados nocturnos por la nariz y gritos en el sueño, y una alarmante somnolencia y desgano. Pasamos un día entero en urgencias, un día en el que Darío nunca terminó de despertar. Se hizo después una valoración neurológica (lo importante, aprendo, es que el cuerpo no pierda su simetría —y no fue el caso—), y una nueva resonancia magnética del cerebro, que salió, gracias al cielo, perfectamente limpia. Se efectuó también una angiografía fluorescente para evaluar el estado de las arterias y, al asomarme por encima del hombro del oncólogo, logré ver un bellísimo árbol azul que rotaba en la pantalla con la silueta afantasmada de la cabeza de mi niño.

Darío perdió apetito y peso. Lo que hay que decirse es que es la cura, que no el mal.

Bendita sea la sanidad pública española, bendito sea el hospital Sant Joan de Déu, y bendita sea la cortisona entre todas las drogas: una vez que volvimos del hospital con ella, Darío recuperó su natural buen talante, sus ganas de jugar y explorar. Cuando está bien, baila y aplaude como si nada fuera.

Después de las tres semanas más tensas y tristes de mi vida, terminé por soltar el cuerpo y caí enfermo de catarro con fiebre. (También —¡ay!— Darío cayó.) Así que Matiana está cuidando al bebé sola, la pobre. No, sola no: la ayuda con gran fortaleza e infinita ternura su madre, Ana María, que se mudó una temporada de México a Barcelona para darnos apoyo.

Es, en mi cuarentena, una tortura no poder abrazar a mi mujer. Otra equiparable no poder cargar a Darío ni jugar con él, sus cajas de cartón, sus bolas de madera y sus tapitas de metal.

La próxima quimioterapia intra-arterial está programada para el lunes 28 de marzo.

Les mando —les mandamos— abrazos.

Alain-Paul —y Matiana y Darío.

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