García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo XXIII. Solamente puedo decir / gracias por veniiiiir
Guillem Martínez 30/08/2017
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San Pedro.
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: Bien está lo que bien acaba.
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Mi segundo volumen de memorias concluye. Y concluye en mi piso. Sí, mi piso. Núria me lo legó momentos antes de desaparecer y volver a su punto de origen, junto a su hijo, su nuera y la hermana de su nuera, Atenea, la cuñada planetaria. Les reproduzco la escena.
--Mira, García --dijo Nuria--. Nosotros nos piramos, que ya veo que hemos superado esta pequeña crisis familiar. Y, francamente, no me cabe seguir más en la Tierra. No creo que vuelva a necesitar el piso hasta nuestra vuelta que, según la Sibila, será dentro de 3.500 años y, me temo, tras otra fiesta de Navidad en la oficina. Para entonces, el problema catalán estará resuelto, por cierto. La Falla de San Andrés, que en realidad no pasa por California, sino por el río Ebro, habrá cedido, España quedará sumergida bajo el Atlántico y sólo quedará en la superficie Catalunya, que tras un referéndum será independiente 300 años después. Justo, y eso tiene guasa, dos horas antes del Armagedón. Bueno, el caso es que puedes disponer del piso hasta entonces. Sí, los gastos de comunidad suponen un güevo, pero Dios proveerá. He puesto, por otra parte, un anuncio en Segonamà, y en breve te vendrán inquilinos a pedirte una habitación, y con eso podrás ir trampeando e, incluso, acceder a la sección de Whiskys Segovianos en el Mercadona. A los inquilinos que te lleguen admítelos por sistema, como yo, pues recuerda que Dios siempre puede ser uno de nosotros. Claro, también puede ser, y esto viene siendo lo más común, un psicokiller, pero la vida es así. En fin y resumiendo: te doy mi piso. Y a quien yo se lo de, San Pedro se lo bendiga.
Las nubes, en ese instante, se abrieron, dejando ver las estrellas y un rayo de luz. Y tronó una voz, que supongo que era, precisamente, la de San Pedro:
--No sabes como odio esa frase.
--Gracias, Núria --le dije a Núria.
Tras desaparecer, Afrodita tomó la palabra.
--Yo también me piro. No te obsesiones con el amor y su final. No hay para tanto. Disfrútalo. Recuerda que la vida no vale nada, pero que nada vale la vida. La frase es de Malraux. Te preguntarás como Malraux, ese petardo, dijo tantas frase célebres. Pues ahí va: se las hice decir yo una tarde tonta. La inmortalidad es muy aburrida, y al final te distraes con esas chorradas. Disfruta, tú que puedes, de tu mortalidad. Como un poseso y con ambas manos.
Una vez diluida en el aire, Atenea también me dirigió una perorata.
--García, García... ¿Quién te iba a decir que la Diosa de la Inteligencia y la Sabiduría era, básicamente, una pilinguis? Bueno, tampoco te voy a quitar años: creo que eso, concretamente, ya lo sabías. Hay tantas inteligencias como tonterías. Un tonto con una tiza, por utilizar esa imagen que tanto te gusta, es, básicamente, también una inteligencia. Y no de las menos sofisticadas. Los grandes textos de la Humanidad tienen algo de mensaje escrito por un tonto en una pared. Hasta el invento de tuiter, solo han escrito, de hecho, los tontos. Y aquí lo dejo. Abur, hasta la próxima.
Atenea empezó a desaparecer. En eso, se lo pensó, volvió a ser perceptible, se me acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo:
--Os echaré a todos de menos, pero más a ti, espantapájaros.
Y, ahora sí, desapareció.
Llegó el turno de Pepé, que fue lacónico. Me dijo:
--Mucho perfecto para mí.
Y me estrechó la mano. Al hacerlo sentí la sacudida de cuando das la mano a un dios, anteriormente descrita, en varias ocasiones, en este libro de memorias. Lo llamativo de este flow concreto es que noté, en efecto, un mundo en conexión y perfecto. Supe, por ejemplo, que cuando una hoja cae en Otoño, un niño descubría su sombra, y que la cantidad de besos que se producen al día, en todo el planeta, equivalía, exactamente, a la cantidad de hormigas que poseemos en la Tierra. Era un número, en verdad, descomunal. Y de color azul. Vi también la relación entre las olas marinas y la felicidad. Supe lo que pensaba una persona en el segundo de su muerte. Era algo que había pensado jugando en la infancia. Y, entre otro millar de imágenes, vi a Pepé y a Atenea en la fiesta de Navidad de marras, y supe y comprendí que era imposible que no la liaran.
Pepé desapareció.
Y yo desaparecí en mi piso. Sin 20 euros para ningún taxi y más solo que la una.
En eso sonó mi telefonino. Era un wasap de Giovanni. Se lo reproduzco:
"Hola, García. Te escribo tarde, pero debes disculparme por el retraso. En el bar-mitzváh del primo Elvis, en efecto y tal y como todos suponíamos, a Esparraguera le dio por cantar el Ave María, por lo que tuvimos que irnos por piernas hasta Tijuana. No me preguntes cómo ni por qué, pero allí nos hicimos un tatu en el pecho, en el que se puede leer 'Que viva Tijuana'. Ahora volvemos a estar en L.A. Y en el dólar. Esparraguera fue a un casting a un club, Whisky a Go-Go, creo que le llaman. Le ofrecieron unos bolos, que catapultaron a Esparraguera al éxito más absoluto. Actualmente tiene su propia serie de dibujos animados, y se ha enrollado con una Kardashian, que bebe los vientos por él, y a la que a veces, cuando veo de espaldas, me hace recordar a aquella mossa de l'esquadra con la que fuimos a almorzar aquel día en que comí ostras y mi frente se quebró como un cristal y comprendí que el mundo es perfecto para mi. Las imperfecciones no son de este mundo. Mira, por ejemplo, el oro, que vino en meteoritos desde el espacio. O mira el amor. No tengo ni pajolera idea de qué va eso del amor, que os vuelve majara a los adultos. Pero creo que no es para tanto. También vino del espacio. De la mano de Afrodita, supongo. Te dejo, que hoy vienen mis tías Kardashian a asar castañas. Nos vemos en breve. Esparraguera me pide que le reservemos una habitación doble en el piso. Pero yo creo -y tú también lo creerías, si vieras a la Kardashian en cuestión-, que deberá ser triple. O, incluso, el comedor, siempre que retiremos el piano. Te quiero mucho, papá. Hasta pronto".
Giovanni era un angelito. Y Esparraguera volvía al piso. Eran dos buenas noticias. Con lo fácil que era levantarle 20 euros a Esparraguera cuando estaba tieso, ahora que está millonetis será una bicoca. En eso, sonó el portero automático. Una voz femenina, que me resultaba familiar, habló a través de él:
--Hola. ¿Es aquí donde alquilan habitaciones?
--Sí, claro. Suba.
Dejé la puerta abierta y me fui a recoger, echando leches, el comedor, que estaba manga con hombro. En eso escuche un crujido enorme en todo el piso. Provenía del pasillo. Salí raudo. De las paredes acababan de surgir centenares de grifos de oro. El Sol se reflejaba en ellos, y los rayos caían al suelo formando esferas simpáticas, que eran recogidas por infinitud de ratones, que cantaban por Van Morrison. Al fondo del pasillo, en el quicio de la puerta, vi a la mujer que quería alquilar una habitación. Empuñaba una maleta y era bella como ella sola.
Era Quimetta.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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2 comentario(s)
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Chuan
Genial, con este y el de los zombies ya tienes para un libro :)
Hace 7 años 5 meses
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pepa
Gracias por poner alegría y desmadre al mes de agosto!
Hace 7 años 5 meses
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